Haz click aquí para copiar la URL
España España · Torre del Compte
Voto de alberto:
6
Drama. Cine negro Tom Connors (Spencer Tracy) es condenado a una pena de entre cinco y treinta años de presidio en la cárcel Sing Sing por atraco a mano armada. Una vez allí, consigue un permiso para visitar a su novia herida, pero ésta se ve involucrada en una pelea con un mafioso que tendrá insospechadas consecuencias para Connors. (FILMAFFINITY)
19 de diciembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas del deterioro ético de nuestra sociedad, resulta inocente y un poco ingenua una película (de 1932) que se basa en la "palabra de honor" que un delincuente da al alcaide de una prisión de que volverá una vez haya visto a su novia en peligro de muerte. Si el delincuente es Spencer Tracy (nada convincente en su papel de "duro", con los años ganaría, aquí es demasiado joven) uno puede creerse la historia a pesar de su final que no desvelaré aunque es previsible. Dirige uno de los grandes del cine norteamericano clásico de acción, Michael Curtiz, de la pródiga cantera europea de todo el principio del siglo XX.


El género carcelario ha cambiado mucho con los tiempos (sólo hay que comparar nuestra "Celda 211" de Daniel Monzón) pero las secuencias carcelarias están resueltas con maestría, como era de esperar, a pesar de la voluntad visible y excesiva del director y el guionista de hacernos las cosas más aceptables y "éticas" de lo que en la realidad eran, seguramente. No obstante la propuesta que sugiere la película de trato humanitario y respetuoso que acaba por mejorar a algunos internos, es de tener en cuenta.


Spencer Tracy no es James Cagney, pero a pesar de las limitaciones de la trama --se apunta que se trata de un hecho real, basado en un libro de Lewis E. Lawes que fue funcionario y alcaide de Sing Sing durante 20 años-- el joven Tracy ya da pruebas de sus facetas de actor y su rostro que desmiente constantemente la truculencia de su pretendida "dureza", aunque muestra su potencial en secuencias como cuando el alcaide, de manos temblorosas, le acerca fuego a su cigarrillo. La mirada de Tracy mientras le sujeta la mano temblorosa es toda una lección de virilidad respetuosa. Una Bette Davis, jovencísima, lejos del rictus duro, sabio y prepotente por el que fue conocida, logra dar a un frívolo papel una hondura psicológica y dramática sorprendentes que ya preludiaban sus éxitos posteriores. Arthur Byron como alcaide da una visión humana y compasiva de su trabajo y vemos a un Louis Calhern ya muy elegante que asume el papel de malo que luego repetiría siempre impecablemente en tantas películas.


En fin, una película antigua que vale la pena revisar.
alberto
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow