“Matrix” adentra al cine en el futuro, literalmente, pues es una de esas películas rompedoras que inauguran nuevas eras. “Matrix” estrena una nueva estrofa en la ciencia ficción, supone un nuevo mundo para las escenas de acción con su innovadora manera de presentar tales secuencias; deteniendo el tiempo, acelerándolo, distorsionándolo, sometiéndolo al capricho de sus realizadoras con un realismo hasta entonces inconcebible, y que resulta fastuoso, fascinador, para el espectador; y a la vez es una vieja y clásica película de Kung-fu a la que se le nota demasiado la influencia del cine hongkonés.

Su relato tiene suficiente aliciente, al menos hasta que deja de sorprender, como para no perdérsela; si a esto le añadimos el prodigio de la perfecta conjunción del talento y la tecnología, da cómo resultado una película que, a mi modesto entender, permanecerá como un hito en la Historia de la ciencia ficción, y que fue un empujón para las artes mecánicas y técnicas del séptimo arte.

A pesar de ser una cinta en la que predomina su tremenda fortaleza visual tiene un guión coherente y bien definido aunque no consigue finalizar la historia de una forma redonda quizá debido al desinterés por cerrarla, para dejarla abierta hacia unas secuelas que a mi juicio no hacen sino redundar en un argumento que por manido termina por cansar, nuevos episodios que no aportan nada significativo ni innovador tanto en el plano creativo cómo en el tecnológico y que sólo son epílogos alargados, según mi juicio. Claro que esto siempre fue la tentación de todo autor, la de conducir su relato hasta el infinito y diferir el difícil momento de concluirlo acertadamente. Lo cual me reencuentra con aquellas narraciones esféricas y finitas aun cuando el final se percibiese ciertamente subrepticio, dejando sus dudas a la interpretación del espectador; sin necesidad de aclaraciones ni de continuaciones.