Por momentos es trepidante y casi todo el tiempo entretenida, gracias a un guion muy inteligente, en el que prevalece la narración a través de la voz en off de su protagonista, respaldada por un montaje proverbial, de esos que atrapan al espectador, de esos que habitan en el límite entre el desastre y la excelencia para decantarse por esta última. Y sin duda es éste, el montaje, el que define a la película, más que su propia trama, la cual tiene un interés relativo.

Una película que me sorprendió, gratamente, y que no es un thriller al uso, ni tampoco es completamente una “neo-noir”, aunque tenga trazas de ambas. Si tuviera que encasillarla en algún género, la definiría en uno nuevo, que llamaría: “desmadre intimista”. Pues toda la acción, inexorablemente, gira sobre un solo personaje, el de Eddie Morra (Bradley Cooper), nuestro protagonista; quien se deslizará por una espiral, desenfrenada, delirante y descontrolada.