Si Fargo era el amargo retrato de una América (la rural Minnesotta) triste, amable, criminal y nevada, bajo la tamizada lupa de los Cohen, con su humor negro y ácido y sus personajes de trazo grueso; El Gran Lebowski sería algo así como la sátira de la América urbana, aquella de L.A., aquella de los nuevos ricos, de las segundas oportunidades, de los productores mafiosos, aquella incluso del western (atentos al personaje de Sam Elliot); siempre con la misma lupa y siempre (como con Fargo) con la excusa de un secuestro.
Desternillante historia, una trama absurda, personajes cada cual más extraño y excelentes interpretaciones (sobre todo John Goodman y Jeff Bridges) que dan sentido a una concatenación de escenas cada cual más simpática. La música, inolvidable.