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Voto de Soñador compulsivo:
9
Drama Un grupo de homosexuales se reúne en un apartamento de Nueva York para celebrar el cumpleaños de un amigo. Cuando transcurren las horas, después de beber y de subir el volumen de la música, la velada comienza a exponer las fisuras que existen entre su amistad y el dolor auto-infligido que amenaza con hacer trizas su concepto de la solidaridad. (FILMAFFINITY)
1 de octubre de 2020
25 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Planteemos una pregunta. ¿Es coherente pensar que estamos ante una buena película, cuando, del total de 10 críticas profesionales (en el momento de escribir esta crítica), el 90% son positivas, y la describen como buena, muy buena, o directamente brillante? Cualquiera que haya conocido Filmaffinity el tiempo suficiente, sabe que se ha producido un crecimiento de usuarios brutal, y que, al mismo tiempo que esto ocurría, las medias de las notas de películas se volvían cada vez más extrañas, más arbitrarias y desconectadas. En muchas ocasiones, carece de sentido prestarles atención; la radiografía más razonable, la que aporta verdadera información sobre el producto, es, por gracia o desgracia, la del conjunto de críticas profesionales. Les animo a que hagan un repaso de las películas que consideren más valiosas de los últimos años, descubrirán que este patrón se ha cebado con la mayoría de ellas. Propongo una teoría.

Cada vez oímos más acerca de la tendencia en redes sociales y derivados, al acoso y derribo. Parece que los millones de individuos, manifestados en los promedios (el único rey verdadero que cabe considerar en este caso, la mediocridad), hubieran perdido el control de sus pasiones. Nada más lejos de la realidad; no hemos perdido el control de nuestras pasiones, hemos ganado la posibilidad de imponerlas. Creo que una mayoría creciente de personas ha comprendido que, a través del uso de votaciones, comentarios o equivalentes, es posible moldear la realidad al gusto. La mayoría de los votos en filmaffinity (y en cualquier herramienta similar), en especial cuando se percibe un carácter político en el producto, son manifestaciones de poder. El poder es el voto. El voto no es un acto de justicia crítica (como cabría imaginar en este caso), es un acto de agresión explícita. La gente, o sea, nosotros, hemos aprendido a utilizar estas herramientas para condicionar la realidad. Por ejemplo, los votos causan mayor modificación si pulsamos los números más bajos. Es así como nuestro golpe es certero. Es un acto de cinismo y deshonestidad intelectual puro. No hay relación con la verdad de nada. Y lo sabemos.

"Los chicos de la banda", es un ejercicio de dramaturgia llevada al cine que dialoga tranquilo con clásicos de tamaño incuestionable, como "La gata sobre el tejado de zinc" o "¿Quién teme a Virginia Wolf?" (añada aquí sus favoritos) en los que una reunión de personajes, contenidos en un espacio teatral, burbujea hasta bullir (con ayuda de alcohol y secretos), hasta estallar las costuras del decoro y dejar al descubierto la verdad azotadora. En esto consiste esta obra, en desgarrar la verdad con un ejercicio de dramaturgia puro, con a penas elipsis, uno de los retos modelo más complejos y sofisticados que puede abordarse en un guión. Para construir este mosaico, se selecciona a un compedio de actores encendidos, absorventes, que desde las botas y el traje verde esmeralda de un Zachary Quinto enigmático, que fuma con la elegancia de un personaje de Tarantino y reta con el alma de una diva de los años 40, hasta la inteligencia violenta del personaje alcoholizado que interpreta Jim Parsons, nos dejan pegados a la pantalla. Ya rendidos, es imposible negar la verdad de unas psicologías hechas de dramaturgia pura, esa cosa tan antigua.

Pero en la adaptación de Mantello, hay cine, mucho cine. Un cine que se desliza con la vibración de ese terror que sobrecoje y altera el rostro del personaje que interpreta Robin de Jesus, Emory, cuando la realidad pasa en forma de un matrimonio heterosexual juicioso, ante el umbral del apartamento donde se respeta una tregua, cuando los pasos lentos de Quinto, avanzan con la elegancia de un disco de jazz, hacia la batalla de almas y psicologías que el alcohol hará estallar entre cuatro paredes. Una obra que brilla, por todas partes, y que será en esta forma renovada, con un poco de suerte, parte del imaginario. Por mucha violencia que ejerza el Sapiens con su hábil movimiento de índice (o pulgar, que la mayoría utiliza ya su arma de destrucción portátil).
Soñador compulsivo
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