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Voto de cinedesolaris:
8
Ciencia ficción. Fantástico. Terror Max Renn, responsable de un sórdido canal de televisión por cable, descubre un día una emisora pirata llamada "Videodrome" con contenidos muy violentos y realistas. Una palpitante pesadilla de ciencia-ficción que nos muestra un mundo en el que el vídeo puede controlar y alterar la vida humana. Considerada por Andy Warhol la "naranja mecánica" de los 80. (FILMAFFINITY)
18 de julio de 2021
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Después de todo, no hay nada real más allá de nuestra percepción de la realidad ¿no es así? Afirma, pregunta, un personaje de Videodrome (1983), de David Cronenberg, cuyo apellido es O'Blivion (Oblivion/Olvido). Afirmación e interrogación que no dejan de ser eslabones o camuflaje de una aviesa actitud sugestionadora que propulsa una realidad/representación en la que lo real y la simulación, lo presente y lo virtual son difíciles de discernir (de hecho, ese mismo personaje, que interviene en un programa de televisión, está ya muerto: su intervención es una grabación en video). La mordacidad de la interrogante que abre fisuras en los cimientos de lo instituido como realidad, como si se rasgara los ropajes del hábito para mostrar la desnudez del escenario, de las bambalinas tras los forcejeos entre rutinas y rituales, no deja de tener, en este caso, un substrato manipulador. Responde a la conveniencia. Las voluntades se pueden mediatizar, condicionar, sugestionar. Realidad programada, la nueva carne. Paradojas; el creciente anhelo de experiencias extremas que superen y transgredan los límites, sumen en una hipertrofia de la virtualización. Abrasas tu piel, la fustigas, buscas el dolor, la tortura, la crueldad y el sufrimiento, para sentirte más presencia, y te sumes en la enajenación, en la hipertrofia de la escenificación. Eres personaje, rol, pantalla. Desgarras tu cuerpo para convertirte en una imagen, una proyección, una entidad en la que ficción y lo real se fusionan, se confunden.

Un año antes, en 1982, en Blade runner (1982), de Ridley Scott, unas criaturas creadas con fecha de caducidad, los replicantes, se rebelaban contra su creador. La rudimentariedad del humano (que nada se cuestiona y simplemente cumple su función), representada en el personaje de Deckard (Harrison Ford) contrastaba con la excepcionalidad de quienes eran unas réplicas pero ponían en cuestión su condición, función o limitación (la conforme intercambiabilidad de la inconsciencia, la disidente singularidad de la consciencia: por eso, la mirada, los ojos, cobran tanta relevancia en la narración). Reflejos, réplicas, proyecciones. La condición anodina del espectador, la condición excelsa de la proyección o reflejo. Posteriormente, en Están vivos (1988), de John Carpenter, gracias a unas gafas especiales se podía advertir que la realidad no era cómo parecía, sino que la percepción estaba manipulada, mediatizada. Tras los anuncios de las vallas publicitarias se ocultaban mensajes subliminales, como había rostros que no correspondían con los atributos reales de unos seres que habían establecido su dominio controlando las voluntades, presentando la realidad a su conveniencia. No dejaba de ser una mordaz metáfora, como la de la obra de Cronenberg, con respecto a una década en la que se acrecentó y acentuó, por el desarrollo de las nuevas tecnologías, la posibilidad de la manipulación a través de los diversos medios, lo que, entre otros aspectos, acrecentaba la enajenación, la progresiva incapacidad de distinguir lo real de la simulación, como la adicción a ese estado de embriaguez, entre la alucinación y deriva que suponía una fuga de la insatisfactoria y entumecedora realidad, sin advertirse que podía utilizarse como recurso conveniente de domesticación, de conveniente embrutecimiento a través de la descarga de estímulos que liberaran y satisfacieran emociones primarias. La pantalla se convertía en sumidero. Un enganche que, con el paso de las décadas, se ha sofisticado, convirtiéndonos en encadenados sumisos de pantallas de un modo más retorcidamente elaborado y efectivo.

Max (James Woods) tiene poco de resistente sublevado, no es como los replicantes, o como los que se enfrentan con las gafas de la percepción adecuada a los extraterrestres. Es un esbirro del sistema, un productor de televisión que busca para su cadena el producto competitivo más eficaz, aquel que pueda atraer a más espectadores a su cadena. Su seña de identidad es el sensacionalismo, la imagen que sacude y electrocuta la atención. Busca la imagen impacto. Y las apuestas suben cuando le revelan unas escurridizas imágenes piratas de incierta procedencia que unen sexo y violencia de modo extremo. Max busca imágenes no porque representen lo real, o la realidad, sino imágenes que parezcan reales a la par que sean recreaciones de emociones y situaciones extremas, fuera de lo habitual y lo cotidiano; imágenes que capten la percepción de ese espectador medio al que no lo importa si lo que percibe es real o reconstrucción, sino su condición de imagen sensación, imagen choque, que sacuda su pulsión, a través de la repulsión. Una imagen que propicia la descarga (como potenció de modo exponencial el asentamiento de internet en nuestras vidas como nueva carne o hábito de relación con la realidad).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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