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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Aventuras. Drama Adaptación de 'The Long k: The True Story of a Trek to Freedom' de Slavomir Rawicz. El protagonista narra en primera persona cómo, tras la invasión de Polonia por los alemanes, fue arrestado por el ejército soviético y encarcelado en Siberia. En 1940 consiguió escapar del gulag -campos de concentración de la Unión Soviética- en compañía de otros presos y, finalmente, cómo huyendo a pie llegaron desde Siberia al Himalaya, al desierto del ... [+]
6 de diciembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi por vez primera “The Way Back” poco antes, o justo después –no lo recuerdo con exactitud-, de leer los tres ásperos tomos que Alexandr Solzhenitsin dedicase al “Archipiélago Gulag”. Durante las semanas que siguieron, casi todas las noches me asaltaban pesadillas recurrentes en las que, con más o menos éxito, y con enorme sufrimiento siempre, me escapaba, o trataba de hacerlo, de los campos de trabajo soviéticos. Ejemplo de la sugestiva, al tiempo que terrorífica, imaginería desplegada por el represaliado escritor ruso y, en el caso de la cinta que nos ocupa, por Peter Weir.
El australiano es un cineasta francamente interesante, capaz de vigorosas epopeyas insufladas de un entrañable clasicismo –“Gallipoli” (Gallipoli, 1981), “Master and Commander: The Far Side of the World” (Master and Commander: Al otro lado del mundo, 2003)-, obras de cierto calado ideológico sin perjuicio del saludable sentido del espectáculo marca de la casa –“The Year of Living Dangerously” (El año que vivimos peligrosamente, 1982), “The Truman Show” (El show de Truman, 1998)-, y de pelotazos lacrimógenos no por ello menos eficaces, como “Dead Poets Society” (El club de los poetas muertos, 1989).
No obstante, o quizá precisamente a causa de todo lo cual, Weir es frecuentemente ninguneado por cierto sector de la crítica –con especial inquina por parte de nuestros plumillas a sueldo- que ha venido arrogándose -usurpando, diría- un derecho de inescrutable génesis cuasi divina a dictaminar qué cine merece no ya ser visto, sino objeto siquiera de un mínimo respeto intelectual.
Así, en una más que correcta –incluso brillante en unos cuantos de sus pasajes- película de aventuras, hay quien echa de menos “análisis político” (Javier Ocaña, de El País, “dixit”). A mí, se me haría un poco cuesta arriba ponerme a reflexionar en voz alta acerca de la superioridad moral del liberalismo triunfante y la maldad intrínseca del comunismo mientras, sin nada comestible en cientos de kilómetros a la redonda, escarbo la tierra en busca de gusanos con que alimentarme. A Ocaña, por lo leído, no tanto. Enhorabuena.
Otros no encuentran en este moderno cantar de gesta –insisto, impecablemente expuesto- más que “un conjunto de clichés sobre el triunfo del hombre frente a la adversidad” (Nando Salvá, de El Periódico, “dixit”). Viendo a sus protagonistas recorrer miles de kilómetros, dejada atrás Siberia y sus perros, rodeado el lago Baikal y atravesados el desierto del Gobi y el Himalaya, todo a pie, desarmados y prácticamente sin víveres, no cabe sino suponerle a Salvá un umbral del cliché algo bajo. Y que corre maratones “ironman” todos los fines de semana y fiestas de guardar.
A Manuel Piñón, de Cinemanía, le resulta directa y sencillamente aburrida. Al parecer, todos los trabajos que pasan los fugados que protagonizan la historia le saben a poco. No entraré a valorar con cuánto, o de qué naturaleza, se satisfaría aquél.
En fin, resulta de todo punto incomprensible el rencor con que nuestros críticos “profesionales” han reseñado una película por demás entretenida, en absoluto afectada, y rodada con gran mimo y notable despliegue de medios. De hecho, incluso el nefando Colin Farrell entrega un logrado trabajo interpretativo, cómodo en las mugrientas hechuras de un zafio criminal común, deshilachadas costuras que, visto lo visto, nunca debería abandonar.
Carorpar
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