Sucedió con la segunda, volvió a pasar con la tercera y de nueva asistimos a un fenómeno similar de injusta valoración en la cuarta entrega de ese boxeador que de forma inesperada recorrió el camino del mito y escribió su nombre con mayúsculas.
Resulta irrelevante quien lo niegue porque lo cierto es que R. Balboa forma parte de la historia del nuestro cine.
Y S. Stallone también.

Si la saga hubiera comenzado por el episodio IV nadie negaría hoy el mérito cinematográfico del largometraje, su capacidad de fabulación, la pertinencia de su argumento e incluso, pese a ciertas lagunas, su encomiable puesta en escena.

Pero la excelencia del primer Rocky ha condenado, como una maldición, al resto de episodios de la saga.