Los Guardianes regresan a la pantalla grande para el cierre de trilogía. Aunque también busca expandir el UCM con nuevos personajes –como un entrañable Adam Warlock (Will Poulter)–, su solidez se encuentra justamente en su decisión por centrarse ante todo en el equipo y en clausurar con la más emotiva de sus entregas.

James Gunn aprovecha este “volumen 3” para acabar de indagar en el pasado de alguno de los personajes que aún se mantenía un misterio. A través de esa exploración ofrece una historia donde la búsqueda de la propia autenticidad e identidad y la aceptación de uno mismo se convierten en uno de los pilares centrales.

En una confrontación con el pertinente nuevo villano, cada uno de los elementos presentes en sus anteriores aventuras, para bien y para mal, se realzan aquí: una acción más trepidante, unos gratificantes efectos especiales y visuales, un vocabulario vulgar –por más que, en ocasiones, se quiera hacer comedia con él– y una serie de mensajes positivos, de unión y fraternidad.

Marcado por un excelente repertorio musical, el carácter acaramelado de este fin de ciclo y reinicio se traslada a toda esa serie de estimables y valiosos mensajes: la aceptación de la diversidad, el abrazar las imperfecciones o la posibilidad de mejorar. Pero, sobre todo, destaca la recurrente lección que atraviesa las tres películas: la importancia de la familia. Si bien, como vienen enseñando los Guardianes, esta familia no siempre tiene por qué formarse desde la consanguinidad; la familia reside en el respeto, en el amor, en el hogar y en el sentimiento de protección. Como le dice Lylla (Linda Cardellini) a Rocket (Bradley Cooper): “Están las manos que nos hicieron y las manos que nos guían”.

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