Le viene que ni pintado el blanco y negro y el tono grisáceo, en general, a este film.
Louis Malle como director y guionista, Maurice Ronet y todo el equipo que trabajó en El Fuego Fatuo consiguen mostrarnos con credibilidad y pesimismo a este hombre atormentado que sale al encuentro del pasado para agarrarse a la vida.
Esta película logra plantear al espectador un momento en la vida en el que sentimos que nuestros mejores días ya han pasado y que si pudiéramos pasaríamos a cámara rápida lo que nos queda para adelantar el inevitable final.
El carácter pesimista de la cinta lo crea la propia interpretación de sus personajes, la música de Erik Satie, la fotografía, el movimiento de la cámara perteneciente a esa escuela que podríamos definir como anti academicista. Todo ello lleva a Alain Leroy a buscar en lugares y amistades una supervivencia hundida por su particular entendimiento de la existencia.
Reconozco ser un sesentero, un sixties trasladado a nuestros días, por ello cuando la cámara sale a la calle, disfruto enormemente de la estética de esos años: la moda, los cafés y bares, las calles, el tráfico, los anónimos extras que pasaban por allí. Todo ello magníficamente traído. Esas escenas no son en absoluto gratuitas, a parte del realismo consiguiente, le da un aire de película de carretera trasladada a la ciudad con el añadido en virtud de no sacar un solo plano del archiconocido topicazo de la Torre Eiffel.
Bravo por saber contar esta historia del encuentro interior de Alain Leroy, eso sí con un aire tristón que Louis M. quiere dar y que consigue en exceso hasta salir del cine apesadumbrados.