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Voto de Palomitasconchoco:
6
Drama Matsugoro, un pobre conductor de carro en el Japón del periodo Meiji, devuelve a un niño perdido, Toshio, a su casa. Sus padres se muestran con él muy agradecidos. Tras la muerte del padre, la madre, Yoshiko, muy preocupada por su hijo, le pide a Matsugoro que le ayude a educarlo. Él acepta encantado. Con el paso del tiempo le coge mucho cariño, al niño y a la madre. Pero Toshio crece, y se marcha a estudiar a la universidad de Tokio, y ... [+]
31 de julio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin más pretensiones. El hombre del carrito (o Muhomatsu no issho en su idioma original) es una sencillísima historia sobre un hombre, que pese a que no ha tenido mucha suerte en la vida ha sabido ganarse el aprecio de muchos por su generosidad, bondad y humildad, unas cualidades que despliega con su profesión, tirando de un carrito o rikisha (una ancestral tradición del transporte), pero sobre todo cuando voluntariamente se encarga de ciertas tareas en la educación de un muchacho cuando su padre fallece.

No hay nada espectacular, pero ciertamente Inagaki sabe dirigir la historia con fluidez y buscar en las pequeñas tribulaciones de la vida algo digno que contar, acompañada en todo momento, de un tono agradable y acompañamiento musical acertado.

Sin embargo, la película no puede huir en muchos momentos de su esencia insípida, y más cuando el director busca en todo momento huir del drama y con un recurso no demasiado cinematográfico. Cada vez que algo triste llega a la vida de los personajes, de un solo zarpazo corta la escena, elipsis, y a seguir con la vida. Eso puede ser un problema a la hora de conectar con la película, ya que aunque tampoco soy muy partidario de escudriñar el elemento melodramático de una película, tampoco se debe cortar de forma tan abrupta. Por el contrario sí edulcora bastante la historia, aunque sin llegar a ser excesivamente melosa y desde luego, en todo momento creíble.

Hay algunas escenas en las que participan actores secundarios en las que salta a la vista ese vicio demasiado común en el cine japonés como es el de teatralidad a la hora de actuar, personajes que dibujan una especie de pantomima en sus caras y que restan credibilidad en ese caso. Afortunadamente no es el caso del protagonista, el gran Toshiro Mifune que sí está a la altura de la leyenda forjada sobre él, un actor inconmensurable, incluso para el gusto occidental.

El personaje principal, en su concepción de guión, también merece ser destacada, un hombre al que vas conociendo poco a poco por sus flashbacks para comprender como ha llegado a ser, que se deja querer, pendenciero ante la injusticia, bueno ante la ternura, cómico y encantador cuando hay que quitarle hierro al asunto. Matsu no es un héroe, más bien lo contrario, es un hombre tremendamente humilde que también comete errores y los asume, pero cuando la película deja espacio a los títulos de crédito finales, la sensación que te ofrece es la de haber conocido a un gran, gran hombre, una persona excepcional en su sencillez.

Una obra con la que Inagaki cambió de registro y que valió el León de oro en el festival de Venecia pese a sus excesos sensibleros.

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Palomitasconchoco
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