Después de ver la película uno sabe que Verlaine y Rimbaud se amaron pero poco más de sus sentimientos. En el cine es relativamente fácil contar una historia con imágenes pero ya no es tan fácil contar los sentimientos con esas imágenes. Cuando un director emprende una película en la que no solo hay unos hechos, sino que son los sentimientos de los personajes lo que cuenta, debería saber de su capacidad para poder expresar todos ellos en los planos y en las secuencias de planos. En esta película el director apenas consigue sus propósitos a no ser por haber contado con una magnífica interpretación de los dos actores principales, y muy especialmente con la interpretación de un jovencísimo y bello Leonardo di Caprio que borda su papel. Un aspecto que falla en esta película que no solo por sus personajes, sino por la ambientación, pretende ser poética, es la fotografía, debido a una mala iluminación. Si muchas escenas se desarrollan en interiores a los cuales se les ilumina con velas, seguramente para ser fieles al tiempo descrito, los personajes y los objetos, así como el conjunto del plano tienen que contener esa luz de las velas y no la luz de potentes reflectores que iluminan todo por igual, o lo que es peor, que proyectan sombras claramente de reflector y en absoluto de velas. Quizás el primer momento íntimo de Rimbaud y Verlaine pierde toda la poesía por esa iluminación. Por otra parte, unas veces el sonido ambiente y otras la música están por encima de los diálogos dificultando su entendimiento.