Y no le pongo un diez porque no me convence la interpretación del osezno (o algo así). Y es que en realidad es una película complicada de ver, para qué nos vamos a engañar. Su fusión entre documental sobre la naturaleza y película es algo que resulta casi imposible de hacer (más hace veinte años, que ahora pues la haces en animación y tan feliz: tienes un oso la mar de creíble). ¿Por qué? por los animales. Hacer que un osezno simule comer setas psicotrópicas y simule sumergirse en una tómbola, tom tom tómbola de luz y de color debe ser bastante difícil, así como simular todas las escenas en las que la naturaleza, tan grande y esplendorosa como es, lo deslumbre todo sin dañar la vista. Impresionante.
Y los hombres... creo que lo mejor que se hizo con ellos fue el decirles que aparecieran tan poco. Una película en la que los que llevan los diálogos no son más que meros extras es algo arriesgado. Pero en éste caso funcionó muy bien y dio lugar a un film precioso y perfecto para toda la familia, en cualquier ocasión (sí sí, igual da verla por la mañana, que por la tarde, que por la noche, que en Navidad, que dos veces seguidas: te emociona)
Por supuesto, todo ésto con la inocencia que destilan los osos... ehm... Yogi y Bubu, por llamarlos de alguna manera. Parece como si realmente quisieran que les grabaran contando su historia.
Realmente, es la única vez que he visto una película en la que los animales eran verdaderos actores, en lugar de perros amaestrados a los que les mueven la boca por ordenador o les dan personalidad con vocecillas chillonas. Magistral.