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Voto de Andrés Vélez Cuervo:
7
Drama Adaptación de una obra teatral de Svend Rindon sobre la tormentosa relación que mantiene un marido tiránico con su familia. Es la historia de un hombre que trata despótica y arbitrariamente a su esposa y sus hijos. Su vieja niñera, la única persona a la que ha respetado en su vida, le hará ver de una peculiar manera que su comportamiento es cruel y vergonzoso. (FILMAFFINITY)
10 de septiembre de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Du skal ære din hustru (que en español viene a ser algo así como Honra a tu esposa) cuenta la historia de un patán llamado Viktor Frandsen (Johannes Meyer) que trata a Ida (Astrid Holm), su mujer, como una basura, abusando de una autoridad caduca como macho y proveedor del hogar. Esto hasta que su antigua nana (Mathilde Nielsen) decide sacar a la pobre desgraciada de casa y darle una lección al abusón de su marido invirtiendo los papeles y poniéndolo a trabajar como una ama de casa para que aprenda a respetar a su esposa, quien es más buena que el pan pero sobradamente pendeja como para dejarse mangonear de semejante forma.
Voy a ser totalmente franco: esta es una película, en general, un poco aburrida. Sensación que no se mitiga por más que haga un alegato de reivindicación del papel de la esposa en los años veinte, cosa bastante de avanzada, y que a nivel formal esté sembrada de bellos aciertos visuales que atestiguan que en efecto fue dirigida por quien la firma (Dreyer le le confiere un general buen gusto visual que da prueba del ojo preciso de un artista de su categoría).
Pero esta es una apariencia superficial y transitoria. No podría nunca decir que Du skal ære din hustru sea una mala película; decirlo sería una majadería a la luz de su calidad visual y de su meollo argumental y discursivo. Tampoco podría decir algo en contra de su director; yo a Dreyer lo adoro con el alma; de hecho, películas suyas como Dies Irae (1945), Ordet (1955) y Gertrud (1964) son de las piezas audiovisuales más bellas sobre las que uno pueda posar el ojo, y La Passion de Jeanne d’Arc (1928) es, de lejos, una de las mejores películas de la historia del cine y además se encuentra entre mis favoritas de todos los tiempos. Carl Theodor Dreyer no es cualquier papanatas y aunque esta película fue hecha durante sus primeros años de carrera como director, ya demuestra un talento poco común. Como sea, este largometraje está atravesado por un incómodo elemento sumamente teatral (de hecho es la adaptación de una obra de teatro de Svend Rindon) que sin duda mitiga su capacidad para sobrecoger al espectador.
Ahora bien, si usted consigue sobreponerse a la sensación inicial de tedio, podrá encontrarse con unos personajes sórdidamente complejos, retratados con una plasticidad que ya poco se ve en estos días, pero de la que el director danés siempre fue un prodigioso exponente; con planos memorables de esos que dan ganas de enmarcar, como aquel del abrazo entre Ida y Viktor que luego ha sido homenajeado y repetido tantas veces en la historia del cine, y con escenas llenas de un inteligente simbolismo amargo, como aquella en la que Ida raspa la mantequilla de su propia tostada para que la de su esposo tenga un poco más de sustancia. También podrá disfrutar el espectador de unas interpretaciones para ser aplaudidas, que además se nutren de gran atención al detalle simbólico desde el guion, como ese en el que Viktor aparece acomodando la pata coja de la mesa por nostalgia, en conexión con aquel otro momento previo en el que Ida hacía lo mismo por pura sumisión.
Y hay aún más recompensa para los ojos que no se dejen distraer por ese tono letárgico del largometraje (Dreyer siempre esconde innumerables capas de interés estético y discursivo): Du skal ære din hustru está sentando unas importantes bases, quizá sin saberlo, de lo que llamaré “naturalismo cinematográfico” (ese que será luego vertebral de movimientos como el Neorrealismo Italiano) a través de la atención a historias pequeñas; a personajes sencillos, incluso aparentemente anodinos, pero llenos de matices, y a detalles contextuales prosaicos en su superficie pero cargados de connotación a través de una mirada humildemente poética.
No se deje, pues, distraer por las apariencias.
Andrés Vélez Cuervo
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