Bajo Ulloa nos deleita con un sencillo pero genial guión que pone de manifiesto que no hace falta enrevesadas tramas para firmar una gran película. Quizá por encontrarle un "pero" que no lastra para nada la película, que un asesino reconozca después de 20 años a la niña cuya madre asesinó deja un tanto que desear... a pesar de todo los poco más de 100 minutos de metraje se pasan en un suspiro.

A ello contribuye un Karra Elejalde sencillamente genial, quizá en algún momento sobreactuado pero fenomenal. Y qué decir de Ana Alvarez, impresionante. Sus ojos desprovistos de cualquier sensación, sus gestos milemétricamente estudiados y calcados de un enfermo mental no dejan indiferente a nadie. Incluso se establece un sentimiento de amor hacia ella por parte del espectador que hace que te den ganas de abrazarla y protegerla.

La película intenta a mi modo de ver enviarnos un mensaje: aquél de que en todo hombre malvado siempre anida algo de bondad (cosa que no creo en absoluto en la mayoría de casos), para ello se sirve de la metáfora del chocolate que gusta curiosamente a los dos personajes centrales, Karra y Ana y que el primero ofrece en múltiples ocasiones a ella como una forma de acercamiento. Y esa es la dualidad mal/bondad, el chocolate es dulce, pero a la vez amargo, pero es la idea de Bajo Ulloa y hay que respetarla.

Karra Elejalde se obsesiona por Ana. En principio y según sus palabras para terminar lo que hace 20 años dejó inacabado pero al contemplar la fragilidad, la indefensión y la inocencia de Leire (Ana), se establece un extraño vínculo entre los dos que nos hará ver el lado bueno de un sicópata asesino.