Un mediometraje tan sencillo y pulcro, con un niño actor muy bueno (como hay cientos), un tema tan viejo como el mundo, una dualidad fe/razón con poca, poquísima "carne", en las manos de un director "de culto" precipitan a la mayoría a calificarla de genial.

Pues no lo es. Estoy bastante cansado de aguantar mediocridades que son alabadas con un entusiamo digno de mejor causa por el mero hecho de haber salido de la cabeza de un director considerado por muchos como "rara avis". La película no me dice nada, no me enseña nada, no me conmueve nada, no me hace pensar nada nuevo que no haya pensado mil veces antes. Aborda un tema de "gran calado", pero de inane desarrollo. Menos mal que es cortita, porque de alargarse a la hora y media reglamentaria, habría resultado un tostón. Sí, por mucho que el director se llame Kieslowski, que sea en blanco y negro y que la Polonia de los ochenta estuviera a caballo entre el comunismo y la democracia.

A su favor puede objetarse que se muestra totalmente imparcial en un partido clásico. Pero reconozcamos que exponer así la trama es muy descansado.