Como buena parte de las figuras de Hollywood, Mel Gibson decidió dar el salto a la dirección y logró en la historia de un mito de la lucha por la independencia de Escocia, William Wallace, el material necesario para dar rienda suelta a una historia de heroísmo, venganza, lucha, dignidad y todo el aire místico que desprenden las leyendas medievales.
Lo cierto es que el intérprete andaba ya algo mayorcito como para resultar creíble como guerrero en taparrabos, pero no es menos cierto que consiguió una cinta de aventuras épica, cruda y con un ritmo notable. Las escenas de las batallas son una perfección técnica digna de resaltar y los malvados ingleses resultan más que convincentes en sus roles, en una película sin grandes estrellas en su reparto, y con una joven y hermosísima Sophie Marceu como bella princesa francesa.
Cinco premios de la Academia incluidos mejor película y director, premiaron el esfuerzo de Gibson. Y no puede decirse que fuese en modo alguno injusto o desproporcionado. Muy recomendable.