Todo se ha dicho de Million Dollar Baby, así que contaré únicamente mi experiencia y los motivos que tengo para calificarla como una obra maestra.

La vi por primera vez en 2004, sin expectativas alguna y sin impaciencia. Desconocía la filmografía del Eastwood director y solo sabía que trataba de boxeo por el cartel a la entrada.

Dos horas después salí del cine llorando como jamás nadie me ha había hecho llorar. Al cabo de los años, creo que he comprendido por qué.

Million Dollar Baby es la obra cumbre de Clint Eastwood porque expone como ninguna otra la moral del director. Los valores que hacen fluir la historia como un río místico (la culpa, la superación personal, el amor, el sacrificio) alcanzan una expresión que es a la vez personal (no sorprende el arraigo del Eastwood ciudadano con la mentalidad repúblicana de EE. UU.) como universal (la tradición cristiana como base de la moral occidental).

Hacia la desembocadura nos llevan de la mano unos actores extraordinarios y un director que sigue al pie de la letra el manual no escrito del clasicismo. Al margen queda la familia de Maggie, tan plana como secundaria, y en la zubia del guion quedamos nosotros, noqueados, desnudos, arrastrados por la corriente.

Aquellos que miran desde la apartada orilla no pueden negar el torrente.