Tornatore elige a un experimentado y veterano Geoffrey Rush para su última pequeña obra de arte, tejiendo un entramado que consigue atrapar al espectador, al menos durante la primera hora. Personalmente, el trabajo de Rush junto a la dirección de Tornatore me cautivó durante la primera hora, decayendo después durante el resto de su metraje debido quizá a su previsibilidad. Aun así, la composición de toda la película y la intriga de su bien elaborado guión bien se merecen el aplauso y nuestro interés.

Destacables las apariciones del siempre bienvenido Sutherland como el fiel amigo de Rush, un acompañamiento musical acorde y una fotografía más que correcta mostrando bellas localizaciones europeas. La función que despliega Tornatore tiene casi un final anunciado, que no sacude al espectador como debiera por su presunción, su casi anunciamiento, que estropea un poco su desenlace. Sin embargo, un brillantísimo protagonista encumbra el film haciendo del mismo una experiencia totalmente disfrutable. La belleza jovial de Sylvia Hoeks pone el toque femenino a la historia.

Toda la bien construida intriga inicial, ve mermada su fuerza cuando entran en juego los personajes restantes, y nosotros, ávidos espectadores y cual Sherlock Holmes, intentamos resolver el rompecabezas. Pronto descubriremos que resulta mucho más fácil adivinar su solución de lo que podría parecer en un principio. La trampa ha sido descubierta, y no con demasiados obstáculos a nuestros ojos.

El excesivo apoyo en una trama que se vuelve sentimentaloide en su segundo acto, junto a un romance poco inspirado y veloz por increíble, lastran el resultado por desgracia y no consiguen una cinta totalmente redonda, como quizá se podría esperar de su afamado director. Pero sin duda, hay que recomendarla. Atesora calidad y cuenta una historia que, si bien ya hemos visto antes, no deja de ser disfrutable como he dicho antes, junto a un Rush que por otra parte, borda su papel.

Una oferta que viniendo de Tornatore, no podremos rechazar. Muy recomendable.