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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
7
Drama Joy (Anwulika Alphonsus) es una joven mujer nigeriana atrapada en el círculo vicioso del tráfico sexual. Trabaja las calles para para poder devolver la deuda que contrajo con su madama (Angela Ekeleme) mientras trata de ayudar al resto de la familia que permanece en Nigeria, especialmente para que su hija Vienna pueda tener una vida mejor que la suya. Cuando conoce a Precious (Mariam Sanusi), una joven e inocente muchacha recién llegada ... [+]
2 de enero de 2021
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El tráfico aberrante de seres humanos nos llega con Joy (2018), de la directora austríaco-iraní Sudabeh Mortezai, una película austriaca de tema africano cuya acción transcurre en esa parte de Viena que los turistas nunca visitamos., donde un grupo de mujeres nigerianas, algunas muy jóvenes, ejercen la prostitución, bajo una doble presión y con un denominador común: hacer frente a unas deudas cuyo origen es mágico, puesto que uno de los extremos que obliga a estas chicas a dedicarse a lo que se dedican procede de Nigeria, donde antes de partir para Europa experimentan una ceremonia oficiada por el hechicero, cuyo objetivo consiste en vincular a estas mujeres a las redes del tráfico de personas, porque si le dicen algo a la policía, su familia o ellas mismas sufrirán el juju (pronunciado “yuyu”). La película se inicia con esas hechicerías y hemos de reconocer que consiguen sacudir al espectador en su butaca nada más ocuparla.
Esa sería la presión animista, complementada con la económica, pues estas mujeres, han contraído una deuda brutal con los traficantes de carne humana, que debe pagarse ya en Europa, en este caso Viena. También se menciona una vez Salzburgo en Joy, , todo lo cual evidencia la voluntad de la directora de sacarnos de nuestra zona de confort estético con zarpazos de realidad.
De manera que se trata de una doble soga alrededor del cuello de estas mujeres, que ni siquiera trabajan para ganarse la vida, sino para pagar sus deudas y enviar dinero a Nigeria.
Así las cosas, comprobamos que la textura del largometraje de Sudabeh Mortezai recuerda mucho el de Lizzie Borden, directora de un magnífico ejemplo de cine independiente estadounidense titulado Chicas de Nueva York (1986), que obtuvo el Premio Especial del Jurado en Sundance, pues ninguna de las dos construye un argumento con su planteamiento, su nudo y su desenlace, como marcan los cánones: no se trata de definir una trama con el trasfondo de la prostitución en la gran ciudad, sino que ambas películas, Joy y Chicas de Nueva York, se concentran en mostrar cómo es la vida de estas personas. Ambas gozan por lo tanto de un gran tejido documental: de hecho, la sinopsis oficial de Chicas de Nueva York se reduce a una línea sin demasiada complejidad sintáctica: “Un día en la vida de varias prostitutas en un burdel de lujo de Manhattan”: creo que es la primera vez que leo un resumen película que no usa ningún verbo.
Ambas películas definen universos distópicos. Sin embargo, Chicas de Nueva York se sitúa en un lugar determinado durante un día en concreto, mientras que en la película de Mortezai los contextos espacial y temporal son mucho más amplios, todo ello para mostrarnos diferentes secuencias de la vida de estas mujeres nigerianas condenadas a ejercer la prostitución en Europa.
Por lo tanto, somos testigos de la explotación por la madame, también nigeriana, pero sin el más mínimo sentido de la fraternidad patriótica; del ambiente sórdido de la calle; de las agresiones a las chicas; de la angustia por enviar dinero a Nigeria; de la presencia espesa del juju que atenaza las voluntades; de la, digamos, ceremonia de iniciación de la recién llegada Precious, es decir, una violación doble por los gorilas de la madame; de la posibilidad constante de deportación como una espada de Damocles; de la crianza clandestina de los hijos; de la imposibilidad de alcanzar una vida normal; de la inoperancia de las oenegés, que tan solo tienen buena voluntad, pero nada pueden prometer para mejorar la vida de estas mujeres. Pero sobre todo, asistimos a la contagiosa perversión de las almas, pues en un momento dado la madame vende, así como suena, a Precious a otra red de prostitución, en este caso en Italia, y dispone que sea Joy, la prostituta veterana, quien acompañe a la joven al punto de encuentro, algo que se cumple con actitud profesional, sin dramas morales, porque no hay nada personal: Joy no siente ni afecto ni desprecio por Precious, a quien ha ayudado hasta donde ha podido, pero si tiene que entregarla a sus nuevos explotadores, la entrega a sus nuevos explotadores con total desapasionamiento. Es solo una cuestión de dinero. “Este trabajo es muy duro”, se queja Precious varias veces al inicio de su actividad. En realidad no se trata de un trabajo: es una esclavitud.
Y esa es la carga emotiva que Mortezai quiere transmitir: fragmentos de la dureza con que estas chicas desarrollan sus vidas como si todo ello estuviera presidido por un determinismo existencial básico, incuestionable, frío. Para mayor abundamiento, el espectador tiene todavía la oportunidad de comprobar el despilfarro obsceno en Nigeria del dinero enviado desde Europa.
Hay otra cosa llamativa y es que teniendo en cuenta que la película describe el submundo de la prostitución, no hay ni una sola escena ni de sexo ni de violencia: no vemos la violación a Precious, pero sabemos que está ocurriendo, y no vemos la agresión a Joy, pero sabemos que ha sucedido: la cámara salta del momento previo al ataque al momento posterior. De hecho, la calificación moral de esta película en Netfix es para mayores de doce años.
Y quiero señalar por último un detalle que no me parece menor, pues la directora elige para su película actrices sin experiencia escénica, un procedimiento del que tenemos grandes ejemplos en el neorrealismo italiano, como es el caso de Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio de Sica, o en la filmografía del colombiano Víctor Gaviria en películas como La vendedora de rosas (1998) o La mujer del animal (2016), entre otras. Además en Joy, sin duda para eliminar la barrera convencional entre realidad y ficción, el personaje Joy se llama Joy Alphonsus al otro lado de la pantalla y Precious, Mariam Precious Sanusi. Por cierto, que Joy Alphonsus obtuvo el Premio a la Mejor actriz en el Festival de Sevilla.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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