21 de enero de 2013
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Siempre es arriesgado el cambio de tono al que uno esta acostumbrado porque puede que no guste. A tus seguidores porque a lo mejor no les cae en gracia ese cambio y a tus detractores porque probablemente les des más motivos para ello. Sin embargo Kevin Smith se atreve con una película que quizá sea de difícil digestión para algunos por su contenido moral básicamente y a otros les deje indiferentes sin más.
Personalmente ni lo uno ni lo otro, ni frío ni calor. Lo que sí posiblemente haga es dejar como reflexión dónde está la línea que separa la simple adoración a un ser supremo del fanatismo extremista.
Desde la secta de los Davidianos hasta la Iglesia Bautista Westboro (que son quienes aparecen aquí) pasando por la Cienciología y cualquier otra religión/secta, esté o no dentro del ordenamiento jurídico y sea o no mayoritaria, de un modo u otro no esta exenta de la quema.
Durante la proyección hay muchos momentos en que apetece decir: ¡putos tarados!. Pero la película tiene trampa. Nada de lo que acontece en la misma pasó de verdad. Nada excepto la secta en sí, su líder espiritual y las referencias que se hacen a las manifestaciones en contra de los homosexuales hacia los cuales el grupo fanático religioso dirige todo su odio y a los que realmente consideran como principal mal de la sociedad actual.
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