Nadie mejor que Terrence Malick para elaborar una aproximación digna y bella al proceso íntimo, interpersonal y social de Franz y Ziska Jägerstätter durante el apogeo nazi. La solemnidad de su férrea decisión basada en la clarividencia, proporcionada por los referentes morales que fundamentaban sus conciencias, para leer adecuadamente lo que en su presente estaba en juego requiere de una película a la altura de los personajes. Malick provee las imágenes, los entornos, los diálogos íntimos, los conflictos vitales, al ritmo lento de entrega que permita incomodar al espectador al mismo tiempo que le interroga sobre sus propios valores y su capacidad de compromiso. El Matrimonio Jägerstätter pertenece a ese grupo de jóvenes sencillos y religiosos, como los hermanos granjeros de Baviera, los hermanos Scholl, el soldado Schmid, que en palabras de Hannah Arendt no necesitaron una crisis de conciencia para darse cuenta de malignidad de los posicionamientos fascistas. No necesitaron despertar del sombrío ensueño porque nunca perdieron la lucidez de su conciencia y una elevada estima de sí que los mantuvo firmes ante las terribles y asesinas presionan que cayeron sobre ellos. Malick, fiel a su estilo narrativo, nos traslada el maravilloso espectáculo de las personas sencillas y valientes con una lucidez moral que nos hace sentirnos pequeños.