Media votos
5.8
Votos
1,942
Críticas
1,765
Listas
29
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Lafuente Estefanía:
8
6.3
2,012
Drama
Se termina el verano en un pueblo en Umbria, Italia. Gelsomina vive con sus padres y sus tres hermanas pequeñas en una granja destartalada, donde producen miel. Las chicas crecen al margen de la sociedad, pues su padre, que cree que se acerca el fin del mundo, prefiere que estén en contacto con la naturaleza. Sin embargo, las estrictas reglas que mantienen unida la familia se relajan con la llegada de Martin, un joven delincuente alemán ... [+]
27 de marzo de 2021
Sé el primero en valorar esta crítica
A diferencia de lo que ven muchos críticos en “Le meraviglie”, para nosotros la obra se encuadra en lo que podríamos denominar neorrealismo realista, hiperrealismo si que quiere, pero en absoluto mágico. No le vemos la magia por ningún lado.
No la tiene el argumento basado en la vida cotidiana de una familia del tardohipismo que malvive en un viejo caserón de la Umbría rural italiana, que por carecer carece hasta de puerta en el wáter. Se dedican a la explotación de un pequeño colmenar, unas pocas ovejas y al cultivo del huerto. No parecen necesitar mucho más para sobrevivir allí. En la zona spoiler veremos que no es exactamente así.
Dentro de la exuberante complejidad de los caracteres, sin duda uno de los grandes logros de la cinta, nos quedamos con Gelsomina y Marinella. Tan distintas y tan iguales. Por ejemplo, cuando ensayan la coreografía y entonan cierta canción de moda que suena en la radio, en las confidencias sobre la belleza de los chicos o en la escena del rayo de luz que se “beben”. Una auténtica “meraviglie”.
De mayor hondura resulta Gelsomina, atrapada entre dos mundos: el que vive incomprendida en el seno de su familia y el que contempla en el pueblo (y al que aspira) con sus amigas y amigos que lucen vestidos de moda y presumen conduciendo las “vespas”.
Dos sucesos van a venir a alterar el inestable equilibrio familiar. De una parte la convocatoria en la zona de un concurso televisivo, en el que van a participar siete familias que desarrollan actividades agropecuarias con un premio económico para aquella que más cuide la naturaleza y el entorno. La iniciativa parte de Gelsomina y, como era de esperar, Wolfgang se opone rotundamente por lo que supone de claudicación al mercantilismo de la sociedad de consumo. Sin embargo, en una de las primeras escenas hemos podido verlo contemplando furtivamente concursos televisivos a las tantas de la noche. De otra parte la presencia del joven Martín, un muchacho que no habla pero con un precioso silbido. Llega desde el Tribunal de menores acompañado para convivir y tratar de rehabilitarse con la familia a cambio de una ayuda económica para esta. La idea es de Wolfgang y tampoco lo ha comunicado a Angélica ni a sus hijas. El muchacho no acepta el contacto físico con las personas, lo que nos hace pensar que debió sufrir con anterioridad abusos sexuales.
Cuando tiene lugar la celebración del concurso, cada familia luce sus habilidades artísticas y profesionales destacando el ganadero que consigue formar un magnífico coro con las abuelas de la casa que entonan una preciosa canción tradicional. Es sin duda uno de los momentos estelares de la película que recuerda las escenas de pesca de “Stromboli” (Rossellini, 1950). Tras una intervención emotiva pero muy limitada de Wolfgang defendiendo su industria apícola, cuando va a entrar siguiente concursante solicita Gelsomina mostrar sus habilidades. En un sencillo número apenas ensayado, las abejas van saliendo una a una de su boca para pasear por su rostro mientas Martin silba una bella melodía. Otra maravillosa escena.
Como lo serán las del final cuando el muchacho se esconda en la oscuridad nocturna, de donde solo lo sacará Gelsomina después de pasar la noche con él tomados tiernamente de la mano.
Una “meraviglia” de película que recomendamos vivamente.
No la tiene el argumento basado en la vida cotidiana de una familia del tardohipismo que malvive en un viejo caserón de la Umbría rural italiana, que por carecer carece hasta de puerta en el wáter. Se dedican a la explotación de un pequeño colmenar, unas pocas ovejas y al cultivo del huerto. No parecen necesitar mucho más para sobrevivir allí. En la zona spoiler veremos que no es exactamente así.
Dentro de la exuberante complejidad de los caracteres, sin duda uno de los grandes logros de la cinta, nos quedamos con Gelsomina y Marinella. Tan distintas y tan iguales. Por ejemplo, cuando ensayan la coreografía y entonan cierta canción de moda que suena en la radio, en las confidencias sobre la belleza de los chicos o en la escena del rayo de luz que se “beben”. Una auténtica “meraviglie”.
De mayor hondura resulta Gelsomina, atrapada entre dos mundos: el que vive incomprendida en el seno de su familia y el que contempla en el pueblo (y al que aspira) con sus amigas y amigos que lucen vestidos de moda y presumen conduciendo las “vespas”.
Dos sucesos van a venir a alterar el inestable equilibrio familiar. De una parte la convocatoria en la zona de un concurso televisivo, en el que van a participar siete familias que desarrollan actividades agropecuarias con un premio económico para aquella que más cuide la naturaleza y el entorno. La iniciativa parte de Gelsomina y, como era de esperar, Wolfgang se opone rotundamente por lo que supone de claudicación al mercantilismo de la sociedad de consumo. Sin embargo, en una de las primeras escenas hemos podido verlo contemplando furtivamente concursos televisivos a las tantas de la noche. De otra parte la presencia del joven Martín, un muchacho que no habla pero con un precioso silbido. Llega desde el Tribunal de menores acompañado para convivir y tratar de rehabilitarse con la familia a cambio de una ayuda económica para esta. La idea es de Wolfgang y tampoco lo ha comunicado a Angélica ni a sus hijas. El muchacho no acepta el contacto físico con las personas, lo que nos hace pensar que debió sufrir con anterioridad abusos sexuales.
Cuando tiene lugar la celebración del concurso, cada familia luce sus habilidades artísticas y profesionales destacando el ganadero que consigue formar un magnífico coro con las abuelas de la casa que entonan una preciosa canción tradicional. Es sin duda uno de los momentos estelares de la película que recuerda las escenas de pesca de “Stromboli” (Rossellini, 1950). Tras una intervención emotiva pero muy limitada de Wolfgang defendiendo su industria apícola, cuando va a entrar siguiente concursante solicita Gelsomina mostrar sus habilidades. En un sencillo número apenas ensayado, las abejas van saliendo una a una de su boca para pasear por su rostro mientas Martin silba una bella melodía. Otra maravillosa escena.
Como lo serán las del final cuando el muchacho se esconda en la oscuridad nocturna, de donde solo lo sacará Gelsomina después de pasar la noche con él tomados tiernamente de la mano.
Una “meraviglia” de película que recomendamos vivamente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La familia está formada por un padre de origen alemán, Wolfgang (Louwyck), adusto, rudo, mandón, con un carácter difícil forjado a base de frustraciones y en el que se adivina el desencanto de no haber podido cumplir viejos sueños juveniles, tal vez libertarios y ecologistas. Su compañera, Angélica (Rohrwacher), pone el contrapunto de la delicadeza. Aunque seguramente ha debido sufrir parecidas decepciones a las de Wolfgang, es su antítesis, mira la vida y a sus hijas con otros ojos, con la dulzura de la miel que fabrican sus abejas.
Representan los padres las dos caras de la moneda, el haz y el envés de las cosas. Mientras el uno afronta los problemas desde el mal humor y la protesta contra el “sistema”, ella es más práctica y trata de buscar soluciones constructivas. Comparten un pasado, tal vez muchos sueños, pero han perdido toda comunicación y la convivencia entre ellos es difícil.
Les une, si, algo muy fuerte, las hijas, cuatro auténticas “maravillas”. Sobre todo la mayor, Gelsomina (Lungu), la auténtica protagonista, atenta siempre con sus hermanas y con sus amigas, laboriosa en la casa, una auténtica abeja obrera, tranquila en los trabajos del colmenar (“si estás nerviosa las abejas lo saben”). Es la gran ayuda del padre, su preferida. Sigue Marinella (Graziani), un poco el zángano de la colmena que está más por el baile que por la apicultura, que se esconde para no ir al colmenar o finge que se ha roto su careta para abandonar el trabajo. “Mejor, así trabajamos más tranquilos los dos”, sentencia Wolfgang. Quedan las dos niñas pequeñas, Luna y Caterina, que cuidan sus hermanas mayores y que se dedican a chapotear por los charcos de los alrededores.
Completa el personal de la casa una amiga de los padres, Coco (Timoteo), que está allí pasando unos días mientras ayuda en las tareas. Es la única capaz de enfrentarse a Wolfgang: “Tú necesitas esclavos, no hijas como ellas”, “La verdad es que estamos bien cuando él no está”. En una de esas ferias alternativas de los pueblos aparece por allí Adrián (Hennicke), viejo colega ahora reciclado y ocupado en la fabricación de pulseritas con los nombres de sus propietarios. Todavía más fuera de sitio y desplazado que sus amigos.
Representan los padres las dos caras de la moneda, el haz y el envés de las cosas. Mientras el uno afronta los problemas desde el mal humor y la protesta contra el “sistema”, ella es más práctica y trata de buscar soluciones constructivas. Comparten un pasado, tal vez muchos sueños, pero han perdido toda comunicación y la convivencia entre ellos es difícil.
Les une, si, algo muy fuerte, las hijas, cuatro auténticas “maravillas”. Sobre todo la mayor, Gelsomina (Lungu), la auténtica protagonista, atenta siempre con sus hermanas y con sus amigas, laboriosa en la casa, una auténtica abeja obrera, tranquila en los trabajos del colmenar (“si estás nerviosa las abejas lo saben”). Es la gran ayuda del padre, su preferida. Sigue Marinella (Graziani), un poco el zángano de la colmena que está más por el baile que por la apicultura, que se esconde para no ir al colmenar o finge que se ha roto su careta para abandonar el trabajo. “Mejor, así trabajamos más tranquilos los dos”, sentencia Wolfgang. Quedan las dos niñas pequeñas, Luna y Caterina, que cuidan sus hermanas mayores y que se dedican a chapotear por los charcos de los alrededores.
Completa el personal de la casa una amiga de los padres, Coco (Timoteo), que está allí pasando unos días mientras ayuda en las tareas. Es la única capaz de enfrentarse a Wolfgang: “Tú necesitas esclavos, no hijas como ellas”, “La verdad es que estamos bien cuando él no está”. En una de esas ferias alternativas de los pueblos aparece por allí Adrián (Hennicke), viejo colega ahora reciclado y ocupado en la fabricación de pulseritas con los nombres de sus propietarios. Todavía más fuera de sitio y desplazado que sus amigos.