Méjico D.F. 1971. Familia acomodada, cuatro hijos, matrimonio en crisis con el padre abandonando el domicilio conyugal, una de las chicas del servicio es la que sirve de eje de la ¿narración? y pasa por sus propios problemas.

Es obvio viendo la película que se trata de recuerdos del creador. Lo extraordinario de esta película no es que el autor haya recreado, haya ambientado, un mundo perdido, esto lo hemos visto muchas veces. Lo extraordinario es el nivel de REALIDAD, de VERDAD, con el que lo ha conseguido.

Cuarón ha dado un paso más, desde el primer plano en el que sigues a la muchacha por el interior de la casa, te das cuenta que esa casa EXISTE, ha sido vivida. Se intuye un esfuerzo obsesivo y personal por el detalle absolutamente asombroso, lo que debe haber costado filmar esta película...

Por supuesto, además hay mucho talento: la fotografía (Cuarón es el director de fotografía también), el sonido, la forma en que están construidos los planos, todo es una absoluta gozada para un cinéfilo. Innegable el talento.

Así que durante dos horas y cuarto, estás en el microuniverso de esa familia y esa chica y observas la realidad. El ritmo es totalmente pausado, como si salieses ahora a la calle y te pusieses a observar. Apenas hay un par de escenas con emoción.

Que lo disfrutes es algo muy personal, tienes que entrar en la película, vivir esa realidad. A mí personalmente cuando voy al cine no me interesa la realidad, para eso como he dicho antes me asomo a la ventana y observo. Yo voy al cine buscando FICCIÓN, quiero una narración, quiero unos personajes, quiero que pasen cosas y quiero emoción.

Extraordinaria película, experiencia única, indiscutible talento y mérito del autor. Apreciando todo esto, se me ha hecho larga y un tanto pesada. No es mi cine. De todas formas, animo a cualquiera que ame el cine que la vea. Por supuesto en una sala si podéis, no me quiero imaginar lo que debe perder la experiencia en una tele.