Tiene mérito alargar un truño hasta más allá de 700 capítulos. Pero no hubiera sido tan maloliente de no haberse estirado hasta la extenuación. Sobre todo a raíz del cambio de protagonista, una vez que cierra la fase de "copia" de varias telenovelas latinomericanas. Es decir, la típica supuesta fea que en realidad es muy guapa y que tan sólo viste fatal, porta unas gafas horrendas y un aparato dental. Muy buena e inocente, pero con una autoestima por los suelos. Existen personajes que caen bien y otros que caen rematadamente mal (la mayoría), por lo cansinos y absolutamente previsibles que son. Así como el tremendo surrealismo de determinadas situaciones que para nada reflejan la realidad, sino entramados de relaciones ilógicas y carentes del más mínimo sentido común.

Aún así, mi personaje preferido fue el de Miguel Hermoso (Diego de la Vega) que aún sobreactuado interpreta a un ridículo y entrañable a la vez antagonista. Bueno, al menos durante esa primera parte. En la segunda se asiste a una evolución mucho más interesante. Lo único que resalta de la segunda "mitad" de la serie.

La segunda parte entra definitivamente en barrena con sucesivas marchas de los actores. Normal, el cansancio hace mella. La nueva protagonista, Patricia Montero, es sosa hasta decir basta y los argumentos de los capítulos son francamente patéticos. Y las interpretaciones no es que toquen fondo, sino que alcanzan el estatus de subterráneas.

Ahora bien, que a algunos, en una época en la que no teníamos otra cosa que hacer nos entretuviera alguna tarde que otra tiene su lado positivo. Un punto por ello y otro por Miguel Hermoso.