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Voto de McCunninghum:
8
6.8
20,497
Comedia. Drama. Fantástico. Romance
Stephane (García Bernal), un joven diseñador mexicano tímido e introvertido, es hasta tal punto cautivo de sus propios sueños que a duras penas controla su imaginación, que amenaza con imponerse al mundo real. Su madre, que es francesa, le ofrece un trabajo y lo convence para que vuelva a París. Su decepción es grande cuando comprueba que se trata de un trabajo rutinario en una pequeña oficina que comparte con tres singulares ... [+]
1 de abril de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de entrar en la sala, uno piensa que la realidad es viscosa y el infierno son los otros. Luego se apagan las luces, y se enciende la linterna de la conciencia o el sueño que piensa. La enésima revolución copernicana habida en el cine de los últimos tiempos (toda vez que la revuelta dogmática se mediatizó como un exabrupto punki y efímero, como genuino estallido) vino de la mano de autores que, procedentes de la escena del videoclip y la televisión, renegaban de la tecnología y realizaban sus trabajos de manera artesanal. Tanto Spike Jonze (“Cómo ser John Malkovich” y “El ladrón de orquídeas” y director de videos de Chemical BROS., Beck o Weezer) como Michel Gondry (que ya hiciera la desapercibida “Olvídate de mí” y famoso por sus videos con Bjork y The White Stripes) trabajan con los presupuestos del “hágalo usted mismo” protopunk (si los de Dogma 95 son los Sex Pistols, esto suena a Hank Williams). La imaginería del galo hace honores más a Melies y al Fritz Lang de “Metrópolis” que a ninguna otra corriente fílmica. Se hace, así, atemporal. Entrambos autores han conseguido revitalizar la escena del cine independiente con historias geniales que, ahora sí de manera muy posmoderna, giran siempre en torno al tema de la identidad y la conciencia.
(sigue en spoiler)
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El juego de la conciencia (de la que se dice que es de sí y para sí y entre esa tensión sólo resulta inconsciencia o conciencia de nada) es el sedimento del séptimo arte (como arte del siglo XX y arte judío y psicoanalítico), y una película es la expresión de que tal conciencia, o no existe y es ficción, o mata. El personaje soñador que desarrolla portentosamente Gael García Bernal es, en consecuencia, un ser incapaz para la vida normal y consciente. Es un bartleby activo que ve el mundo a través de una caja de cartón. En el interior de la caja de cartón, él desarrolla eficazmente sus acciones, capaz de inventos maravillosos y de resoluciones inmediatas: en sus sueños de cartón él posee mano grande y dura (el origen de la película se encuentra, como dice el mismo Gondry, en aquel videoclip de los Foo Fighters llamado “Everlong” y donde se reflexionaba acerca de las dos dimensiones (sueño y vigilia) entretejidas, y donde ya aparecía la descomunal mano que rige el mundo órfico), mano con la que azota a sus compañeros y entrega (y recoge) subrepticias cartas a su amada, y con la que crea corrientes de papel acuático, edificios ondulantes, es capaz de volar, de amar y ser amado incluso. A ése lado de la conciencia, un mundo a la mano, habitable y habitado por la Gainsbourg con ganas de soñar también. Un mundo de ensueño porque no se es consciente, sino que se hace. Con la misma libertad con que Gondry fabrica las imágenes, (todas ellas realizadas en sobrio directo, con la mano) nosotros salimos, inconscientes, de la sala al exterior. Nuevamente, allende nuestros ojos de cartón, observamos el infierno. Pero ahora, le decimos, poderosos y apretando el botón de “la máquina de viajar en el tiempo sólo un segundo”: ¡cambia! Pasen, y sueñen...