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Voto de FEnrique:
10
Western El explorador Cable Hogue es abandonado en medio del desierto por sus crueles compañeros Taggart y Bowen, que le arrebatan la montura, el rifle y las provisiones. Después de caminar bajo un sol implacable durante cuatro días, cuando ya está al borde del colapso, nota que sus botas están húmedas... (FILMAFFINITY)
23 de mayo de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mis héroes son perdedores porque están derrotados por anticipado, lo que constituye uno de los elementos primordiales de la verdadera tragedia. Se han acomodado desde hace mucho tiempo a la muerte y a la derrota; en consecuencia, no les queda nada que perder”.
(Sam Peckinpah)

Insisto en la pasión de Peckinpah que asalta
el último desierto
con un lirismo amargo y una tibia sonrisa,
de Fassbinder viviendo la angustia de un esquema
de tu letra temblando sobre un pájaro herido.

El director americano habla de su tragedia. Estaba seguro de que no podía derrotar a las productoras, hubiera hecho bien de haberse trasladado a Europa con más convicción y tiempo, como lo hiciera Orson Welles. Aquí el sentimiento de culpa posibilitaba que le diéramos rienda suelta a los americanos, incluso en España eran venerados, aunque no se les comprendiera (Campanadas a medianoche). Puede que no haya un realizador más poético que Peckinpah, excepto el Ford de "Los buscadores" y "El hombre que mató a Liberty Valance". Arrancó poesía hasta de la violencia que le era tan querida como una manifestación innata de la desesperación, de vivir acorralado por las sombras insostenibles de los recuerdos. Hay una poesía terrible que es, con derecho propio, una obra de arte y otra, amable, alejada de la realidad, que no lo es y está lejos de representar la lucha que desencadena en la tragedia de vivir sabiendo que morimos. Peckinpah, como buen poeta de nuestro tiempo, se quedó entre el western clásico y el moderno, se quedó sin saber adónde ir, como un artista alienado, bañado en alcohol, que no pertenece al mundo que le ha tocado vivir. Decía que era medio indio, no ha podido confirmarse del todo este punto, pero era una buena forma de alinearse con quienes todo lo perdieron.

Claro que hay una nostalgia mórbida, una honda y solemne melancolía. Peckinpah prefiere matar a Cable Hogue en el punto más alto de su triunfo, y no hacerle pasar por la angustia de seguir en un mundo que no puede comprender y que nunca le pertenecerá. Parece decirnos que, a partir de ahí, Cable, un hombre fundamentalmente bueno, capaz de perdonar como lo haría un cristiano convencido e iluminado, constata que es pasado, que quizás todos seamos pasado sin saberlo ni aceptarlo, quizás por eso la mayoría sobrevivimos sonriendo a las cornadas que, con un retorno eterno por la persistencia obstinada de la estupidez, nos ofrece, con un caramelo envenenado de vulgaridad, una modernidad retrógrada.

No puedo dejar de sentirme atraído por la belleza crepuscular de los vencidos, todos ellos parecían vivir sus últimos años con la sensación de que su tren había pasado y apenas había dejado su rumor. Me cuentan que Peckinpah, ante el infortunio había visitado el desierto mientras llovía y no podía rodar; invitó a todo el equipo de "La balada de Cable Hogue" a pagarle las copas. No debió tener en cuenta que entre ellos estaba Jason Robards, acabó pagando una cifra respetable. De todas formas fue el rodaje más placentero que tuvo en su vida, aunque la productora, como siempre, ejerciera su presión insoportable y mostrara el rostro destructivo de la censura comercial. Sus ojos, tal vez, fueron alegrados por la belleza carismática y sensual de Stella Stevens, mal aprovechada en general por Hollywood (solo la recuerdo en El profesor chiflado, la mejor película de Jerry Lewis), y por el hecho de contar con secundarios que eran auténticos perdedores que no tenían que disimular mucho para amoldarse a lo que él les pedía que hicieran.

Pekinpah sabía, aunque ignoro si conocía a Brel, que la vida no hace regalos, no se encontraba con ganas de ofrecernos un final feliz para su personaje más poético y lírico, el director americano sufría de insomnio cada vez que soñaba con las productoras y sus tijeras. Pero agradeció hasta la muerte que se le cruzara en el camino un actor excepcional, Jason Robards, para que hiciera de lo que hemos retenido en el recuerdo de sí mismo, de lo que a él le hubiera gustado ser. Robards no fue una estrella cinematográfica, pero dejó su huella en joyas como esta y en "El largo camino del crepúsculo hacia la noche". Los más frívolos lo recuerdan como aquel que se casó con la viuda de Bogart; la Bacall necesitaba hombres íntegros dominados por el alcohol y los gemidos de su conciencia.

Peckinpah trataba el desierto como si hablara de sí mismo, el desierto dejaba de serlo y el Oeste ya no existía; era un sucedáneo que, en su deriva desencantada podía mostrarnos una huella artística perdurable, pero no era lo que él, atómicamente, buscaba. Él no podría nunca luchar contra una industria prosaica y dominada por los intereses económicos. El apóstol de la violencia quizás luchaba por poner al día a los héroes ambiguos y amargados de Ford y toda su poesía. Lo consiguió plenamente a pesar de la implacable censura comercial, ahí quedan, para demostrarlo," Duelo en la Alta sierra" y "Grupo salvaje".

El poeta que he tomado de referencia en este poema, Sam Peckinpah, se casó cinco veces, era alcohólico y cocainómano, ya sabemos que pocas drogas atacan tanto la bondad como el alcohol y la cocaína. En el rodaje de su película maldita, Mayor Dundee, desquició al galán de Hollywood del momento, Charlton Heston, con sus reproches y sus gritos, este desenvainó el sable y furioso se fue hacia él que estaba en la grúa planeando. Nunca pudo digerir el montaje que hizo la productora de esta película. Mankiewicz recurrió a una melancólica y tensa calma cuando mutilaron a su Cleopatra, una hora y media de rodaje, que él creía valioso, fue arrojado a la papelera.


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FEnrique
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