Sanguinario. El regreso. La venganza. La maldición. Resurrección.... ¡Kills! Lo de usar títulos eufemísticos no es uno de los rasgos que menos prolíferen en la franquicia instaurada por John Carpenter y Debra Hill en 1978. Y tal como marca la tradición -con o sin la injerencia de sus fundadores, y a excepción hecha de la 3° y 6° película- la matanza sucede de dos en dos episodios interconectados a través de una continuidad inmediata. Y asímismo llegamos, al fin, a la igualdad en el marcador entre las tomatinas de Michael Myers y Jason Vorhees poco antes del sorpasso que presuntamente pondrá punto y final a la remozada trilogía Blumhouse a cargo del cada vez más apartado de la causa indie David Gordon Green ('Prince Avalanche', 'Joe') con el maestro Carpenter a título honorario como coproductor, ideólogo espiritual (llamémoslo así) y músico consorte al lado de su retoño Cody y Daniel Davies.
La onceava de las andanzas de Myers -ojo al guiño a la tercera entrega, la única no protagonizada por el psicópata con una careta de William Shatner: con dos máscaras ensangrentadas de bruja y de calabaza de la compañía Silver Shamrock-, reincide en el mismo croquis argumental sólo que acrecentándolo a través de un deseo de venganza que se ha globalizado entre toda la población de Haddonfield, reemplazando el terror de los adolescentes y niños que corrían ahuyentados de sus casas por el odio de esos mismos, ahora adultos -vuelve Kyle Richards como Lindsey Wallace-, para perseguir y matar cual monstruo de Frankenstein comunitario a su inextinguible hombre del saco. El ex ídolo teen Anthony Michael Hall ('Weird Science', 'El club de los cinco') recoge el testigo de Brian Andrews, Paul Rudd o Skyler Gisondo en el papel de Tommy Doyle.
Al carro de los no jubilados capitaneado por Jamie Lee Curtis se suman para la ocasión Charles Cyphers y Nancy Stephens recuperando sus respectivos personajes: el Sheriff Leigh Brackett y la enfermera Chambers.
No hay 'final girl' ni se la espera. Ahora es el pueblo entero quien se revela.
Un (semi)final apoteósico.