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Voto de MarcoMadrid:
10
8.4
14,773
Drama. Romance
Un granjero (George O'Brien) convive felizmente en el campo con su esposa (Janet Gaynor). Pero la aparición de una seductora mujer (Margaret Livingston) de la ciudad hace que comience a enamorarse de ésta, y a pensar que su mujer es un estorbo que se interpone en la felicidad entre él y su nueva y sofisticada amante. (FILMAFFINITY)
21 de junio de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No recuerdo haber dicho una frase tantas veces en un lapso de tiempo tan corto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Desgarradora. Ver "Amanecer" supone un ejercicio terapéutico de reconciliación con la vida.
Salgo del maravilloso Cine Doré tras una operación a corazón abierto, prácticamente sin aliento y con serias dificultades para articular una frase estructurada sobre lo que acabo de ver. En cierto modo me siento agradecido por haber podido ver esta película.
"Amancer" es un mal sueño, un horror que acaba en el último suspiro con un rayo de esperanza cegador, es una oda a la capacidad de hacerte sentir, de conmoción en una sala de cine. Y es que mientras uno ve esta película realmente se le olvida completamente que está sentado en una butaca; nubla cualquier noción de tiempo y de espacio, la pantalla te engulle desde la primera escena.
La fotografía contiene un arte bellísimo, como buena muestra de ello es la escena entre los amantes furtivos ante una luna magnánima y embaucadora, casi tanto con la maltratada seductora.
Asimismo, cogiendo aire para proseguir, hablo ahora de los actores. George O'Brien se encuentra impecable, un personaje al que no empiezas sino despertando repulsión y desprecio, y que finalmente acaba consiguiendo que se te erice la piel con mentar el tenebroso final que le acechaba.
Y, ésta vez cojo aún más aire, llego a Janet Gaynor. Honestamente no recuerdo haber empatizado jamás tanto con un personaje en toda mi vida. Tendría, y son para mí palabras exorbitantes, remontarme a la dulce y encantadora Cabiria del genio de Rímini. Creo que en algún momento todos somos ese noble perro nadando hasta la barca para salvarla de la atrocidad de su repulsivo marido.
Es tan sencillo como que me he enamorado de ella, de su ternura, de su paz intrínseca, su bondad, su capacidad de amar, de vivir amando, de secarse las lágrimas para seguir adelante, de ver luz en la desconfianza y perdón en la aberración; de haberme conmovido como hacía bastante tiempo que no me ocurría.
El final de esta joya se dislumbra con la sincera sonrisa de ver triunfar la felicidad. Se apagan las luces y sales a la calle. Sales con el corazón abofeteado, con ganas de amar y decir todo lo que quieres a tus seres queridos.
Paradójicamente, camino saliendo del cine en una noche que no ha supuesto sino un amanecer.
Salgo del maravilloso Cine Doré tras una operación a corazón abierto, prácticamente sin aliento y con serias dificultades para articular una frase estructurada sobre lo que acabo de ver. En cierto modo me siento agradecido por haber podido ver esta película.
"Amancer" es un mal sueño, un horror que acaba en el último suspiro con un rayo de esperanza cegador, es una oda a la capacidad de hacerte sentir, de conmoción en una sala de cine. Y es que mientras uno ve esta película realmente se le olvida completamente que está sentado en una butaca; nubla cualquier noción de tiempo y de espacio, la pantalla te engulle desde la primera escena.
La fotografía contiene un arte bellísimo, como buena muestra de ello es la escena entre los amantes furtivos ante una luna magnánima y embaucadora, casi tanto con la maltratada seductora.
Asimismo, cogiendo aire para proseguir, hablo ahora de los actores. George O'Brien se encuentra impecable, un personaje al que no empiezas sino despertando repulsión y desprecio, y que finalmente acaba consiguiendo que se te erice la piel con mentar el tenebroso final que le acechaba.
Y, ésta vez cojo aún más aire, llego a Janet Gaynor. Honestamente no recuerdo haber empatizado jamás tanto con un personaje en toda mi vida. Tendría, y son para mí palabras exorbitantes, remontarme a la dulce y encantadora Cabiria del genio de Rímini. Creo que en algún momento todos somos ese noble perro nadando hasta la barca para salvarla de la atrocidad de su repulsivo marido.
Es tan sencillo como que me he enamorado de ella, de su ternura, de su paz intrínseca, su bondad, su capacidad de amar, de vivir amando, de secarse las lágrimas para seguir adelante, de ver luz en la desconfianza y perdón en la aberración; de haberme conmovido como hacía bastante tiempo que no me ocurría.
El final de esta joya se dislumbra con la sincera sonrisa de ver triunfar la felicidad. Se apagan las luces y sales a la calle. Sales con el corazón abofeteado, con ganas de amar y decir todo lo que quieres a tus seres queridos.
Paradójicamente, camino saliendo del cine en una noche que no ha supuesto sino un amanecer.