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Voto de Jordirozsa:
7
3.7
72
Terror. Thriller. Ciencia ficción
Box of Shadows se centra en un grupo de amigos de la universidad, que descubren un sarcófago del siglo XV que les permite experimentar el mundo como fantasmas. Mientras que sus primeras aventuras en el mundo de los espíritus son juguetonas e inocentes, la "Caja de las Sombras" pronto saca impulsos y los deseos más peligrosos. Los amigos se encuentran tirados en un mundo de maldad donde aprenden que la línea entre la vida y la muerte ... [+]
14 de abril de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un jovencísimo, bien caracterizado y muy atractivo Aaron Dean Eisenberg abre esta historia de Mauro Borelli (dirección, y guión con la colaboración de Scott Svatos), en la que se mezclan muchos tópicos narrativos. Ya desde el principio del metraje, andando los títulos de crédito, nos introduce en la diegética del film desde la primera persona de un protagonista que encarnará a un universitario con una mochila de no pocas vicisitudes; una situación personal complicada y que busca enseguida el proceso de identificación de una audiencia adolescente y de jóvenes post adolescentes, a los que va dirigida la película: el principal público diana que buscará un relato centrado casi exclusivamente en los personajes de Kyle, Julie, Sutton y Platt.
Esta pandilla, cada uno con un rol bien definido tanto en lo que representa su función simbólica psicosocial, como en el papel que desempeñan en la trama, constituye el núcleo referente en el que se desenvuelve la acción. En segundo plano tendremos los personajes más malos y peligrosos que el propio fantasma. Estos dos villanos, Marcus y Jarrod, interpretados respectivamente por Domiziano Arcangeli y Jeffrey Damnit con un aire de lo más histriónico, y figurados de forma hiper rocambolesca, para resaltar su temperamento perverso, más allá de la condición de camellos, tienen su particular subtrama, y su propio set: el pequeño limbo donde operan, instalados en una cochambrosa autocaravana, en una especie de descampado del extrarradio de la ciudad. Realmente serán a lo largo de la cinta, dos fantasmas con los que Kyle tendrá que lidiar, por mor de su adicción a los estupefacientes.
Así, de nuestro aplicado estudiante que se queda toda una noche despierto haciendo ejercicios de fisica termodinámica, veremos el lado oscuro, y todo el camino que recorrerá para redimirse, así como el de su amigo y compañero de morada. Ambos llevarán a cabo una evolución antagónica frente al cambio en sus vidas que supondrá el descubrimiento de Kyle mientras realiza un trabajo de recolección de trastos viejos a domicilio: un peculiar ataúd, que será como una caja de pandora. Para él mismo, como para todos los personajes de su círculo afectivo más estrecho.
En este círculo, la bella rubia Liz Fenning no sólo representará ser la novia de Kyle, sinó por sus principios y forma de ser, el referente moral al que se agarrará el muchacho para salvarse (en todos los sentidos del término). Aunque, por su condición como personaje, sea ella, Julie, la que se vea sometida a los usos y abusos de sus dos compañeros, y aparentemente la que, como dicta el tópico formal del cuento, la que acabe siendo expuesta a peligro por uno, y rescatada por el otro.
En un plano más periférico, pero dentro del círculo de la cuadrilla, Platt (Jared Grey), será otro representante de los valores de la racionalidad y de la cordura, en su cometido de “sabio” o “experto” que intentará (en vano, por supuesto, para que no se termine la aventura antes de tiempo), advertir a Kyle y a Sutton, de lo peligroso que puede resultar el nuevo “juguete” con el que están experimentando. El mismo cometido que lleva a cabo el no menos espectral personaje secundario de Karen Teliha (a quién ya vimos en Paranormal Activity 3), la anciana que le pide a Kyle que se deshaga del siniestro féretro cuando el muchacho va a llevárselo de su casa.
Con este cuidado elenco, Borelli construye una estructura al estilo de los cuentos populares, rellena de temática fantástica, en lo que el director cuenta con un amplio “background” de experiencia en múltiples funciones, no sólo como director; vestida de terror sobrenatural, que el guión girará a la ciencia ficción, e incluso a la acción; y con entrañables referencias a multitud de películas de género. Desde las que, para generar terror, se sirven de lo “frankensteniano”, en lo que se refiere a revivir o resucitar muertos que se convertirán en auténticos monstruos, con toda clase de artilugios; o las que utilizan una variopinta selección de artefactos con los que torturar a indefensas víctimas (véase “La Vergine di Norimberga”, de Antonio Margheriti; 1963); hasta las de personas cotidianas a las que el fortuito encuentro con determinados engendros, les dota poderes sobrenaturales para hacer el bien y ayudar a sus semejantes… o el mal.
No podía dar para menos el tétrico sarcófago en el que Kyle y Sutton llegarán a ver la solución a sus mundanos problemas (en el caso del primero su dependencia y las consecuentes deudas que ponen en peligro su relación con Julie; en el caso del segundo, su postración en una silla de ruedas, que lo acompleja en el irracional sentimiento de no merecer la estima de otros). Pero que acabará convirtiéndose en una trampa mortal para ambos.
Todo este puchero de guiños puede dar a entender que Mauro Borelli, o no tiene un estilo narrativo definido, o, de tenerlo, ya sea por inspiración propia, o por mandato de la Fotocomics Productions, articula todo un conglomerado de usos para arrastrar en sus redes a cuanta mayor diversidad posible de preferencias de la potencial audiencia. Incluso, al principio, antes de los créditos, hace amago de echar mano del “found footage”, remarcando en leyenda que la película está basada en hechos reales. De los que, por cierto, en ningún momento de la cinta se saba nada más ni se hace referencia a ellos, a menos que asociemos que se corresponden con las grabaciones que hacen Kyle, Platt y Sutton de los primeros experimentos con el féretro.
Como envoltorio para aglutinar todo ese desparrame de códigos, se podría aventurar que el lenguaje del cómic es el que se traduce al cinematográfico para dar la impresión de un corpus homogéneo a nivel semiótico. Basta con imaginarse esta película en formato de viñetas, como si de un álbum de Tintín o Astérix se tratara, y veremos muy plausible esta opción. Donde lo podemos apreciar de manera más clara es en la figura del fantasma asesino, liberado desde que ponen el mecanismo del ataúd en marcha
Esta pandilla, cada uno con un rol bien definido tanto en lo que representa su función simbólica psicosocial, como en el papel que desempeñan en la trama, constituye el núcleo referente en el que se desenvuelve la acción. En segundo plano tendremos los personajes más malos y peligrosos que el propio fantasma. Estos dos villanos, Marcus y Jarrod, interpretados respectivamente por Domiziano Arcangeli y Jeffrey Damnit con un aire de lo más histriónico, y figurados de forma hiper rocambolesca, para resaltar su temperamento perverso, más allá de la condición de camellos, tienen su particular subtrama, y su propio set: el pequeño limbo donde operan, instalados en una cochambrosa autocaravana, en una especie de descampado del extrarradio de la ciudad. Realmente serán a lo largo de la cinta, dos fantasmas con los que Kyle tendrá que lidiar, por mor de su adicción a los estupefacientes.
Así, de nuestro aplicado estudiante que se queda toda una noche despierto haciendo ejercicios de fisica termodinámica, veremos el lado oscuro, y todo el camino que recorrerá para redimirse, así como el de su amigo y compañero de morada. Ambos llevarán a cabo una evolución antagónica frente al cambio en sus vidas que supondrá el descubrimiento de Kyle mientras realiza un trabajo de recolección de trastos viejos a domicilio: un peculiar ataúd, que será como una caja de pandora. Para él mismo, como para todos los personajes de su círculo afectivo más estrecho.
En este círculo, la bella rubia Liz Fenning no sólo representará ser la novia de Kyle, sinó por sus principios y forma de ser, el referente moral al que se agarrará el muchacho para salvarse (en todos los sentidos del término). Aunque, por su condición como personaje, sea ella, Julie, la que se vea sometida a los usos y abusos de sus dos compañeros, y aparentemente la que, como dicta el tópico formal del cuento, la que acabe siendo expuesta a peligro por uno, y rescatada por el otro.
En un plano más periférico, pero dentro del círculo de la cuadrilla, Platt (Jared Grey), será otro representante de los valores de la racionalidad y de la cordura, en su cometido de “sabio” o “experto” que intentará (en vano, por supuesto, para que no se termine la aventura antes de tiempo), advertir a Kyle y a Sutton, de lo peligroso que puede resultar el nuevo “juguete” con el que están experimentando. El mismo cometido que lleva a cabo el no menos espectral personaje secundario de Karen Teliha (a quién ya vimos en Paranormal Activity 3), la anciana que le pide a Kyle que se deshaga del siniestro féretro cuando el muchacho va a llevárselo de su casa.
Con este cuidado elenco, Borelli construye una estructura al estilo de los cuentos populares, rellena de temática fantástica, en lo que el director cuenta con un amplio “background” de experiencia en múltiples funciones, no sólo como director; vestida de terror sobrenatural, que el guión girará a la ciencia ficción, e incluso a la acción; y con entrañables referencias a multitud de películas de género. Desde las que, para generar terror, se sirven de lo “frankensteniano”, en lo que se refiere a revivir o resucitar muertos que se convertirán en auténticos monstruos, con toda clase de artilugios; o las que utilizan una variopinta selección de artefactos con los que torturar a indefensas víctimas (véase “La Vergine di Norimberga”, de Antonio Margheriti; 1963); hasta las de personas cotidianas a las que el fortuito encuentro con determinados engendros, les dota poderes sobrenaturales para hacer el bien y ayudar a sus semejantes… o el mal.
No podía dar para menos el tétrico sarcófago en el que Kyle y Sutton llegarán a ver la solución a sus mundanos problemas (en el caso del primero su dependencia y las consecuentes deudas que ponen en peligro su relación con Julie; en el caso del segundo, su postración en una silla de ruedas, que lo acompleja en el irracional sentimiento de no merecer la estima de otros). Pero que acabará convirtiéndose en una trampa mortal para ambos.
Todo este puchero de guiños puede dar a entender que Mauro Borelli, o no tiene un estilo narrativo definido, o, de tenerlo, ya sea por inspiración propia, o por mandato de la Fotocomics Productions, articula todo un conglomerado de usos para arrastrar en sus redes a cuanta mayor diversidad posible de preferencias de la potencial audiencia. Incluso, al principio, antes de los créditos, hace amago de echar mano del “found footage”, remarcando en leyenda que la película está basada en hechos reales. De los que, por cierto, en ningún momento de la cinta se saba nada más ni se hace referencia a ellos, a menos que asociemos que se corresponden con las grabaciones que hacen Kyle, Platt y Sutton de los primeros experimentos con el féretro.
Como envoltorio para aglutinar todo ese desparrame de códigos, se podría aventurar que el lenguaje del cómic es el que se traduce al cinematográfico para dar la impresión de un corpus homogéneo a nivel semiótico. Basta con imaginarse esta película en formato de viñetas, como si de un álbum de Tintín o Astérix se tratara, y veremos muy plausible esta opción. Donde lo podemos apreciar de manera más clara es en la figura del fantasma asesino, liberado desde que ponen el mecanismo del ataúd en marcha
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
,y que parece más a alguien con un burka puesto que a un espectro que tiene la misión de crear miedo (por lo menos podrían haber utilizado la tradicional sábana blanca con agujeros en los ojos), o el formato visual de el espectro que se libera del cuerpo, cada vez que uno de los muchachos experimenta en sus carnes el efecto del artefacto.
El montaje de Charles Borstein i Daniel Capuzzi, dados los antecedentes filmográficos del primero en cine fantástico, avalarían esta transcripción desde el registro del mundo de las viñetas. En esta línea, la cámara de Eric Gustavo Petersen utiliza unos encuadres muy elementales para una asequible percepción visual. En los diferentes planos, apenas tenemos movimientos de cámara, de forma que el montaje de las escenas confiere un ritmo marcado y presuroso, que no ha lugar a la contemplación reflexiva sobre los acontecimientos, ni tampoco a las razones de la conducta de los personajes, quitando la posibilidad de justificar cualquiera de sus actos. Comunicándonos que dichos actos estan motivados simplemente por una pulsión emotiva encauzada a garantizar el bienestar, la solución a los problemas actuales y, en última instancia, en el último acto, la propia supervivencia.
La iluminación sume a casi todo el rodaje en un ambiente de penumbra, con luz lateral y semilateral, y utilizando casi siempre tonos fríos, predominando los matices verdosos del fondo, sobre los que destacan los grises, blancos y negros del vestuario de los personajes, y el azulado con el que se tinta el aura fantasmagórica cuando su alma se separa de su cuerpo y hace sus “viajes astrales”.
La partitura de José J. Herring, discreta, decente, funcional sin más, cuenta con la inestimable cooperación de Cristopher Young, que compuso el tema principal y el tema del ataúd, que sin duda quedará como el sello sonoro musical para recordar este metraje (si es que de él nos llega a quedar algo en la memoria, a parte del hermoso rostro Kyle).
La línea del guion tiene sus parches y deshilachados; de lo que parece que es el argumento o trama original, por el que el usar el ataúd creado por un diseñador de máquinas de tortura del s.XV, trae al mundo de los vivos a una suerte de fantasma o demonio (¿o la representación de la propia muerte?), que al final sólo hace unas apariciones puntuales en forma de fantoche hilarante, y a base de efectos especiales visuales, digitales sí, pero de baja calidad, y se queda en algo testimonial, y cada vez más diluido a medida que avanza la secuencia de actos, como si esta trama fuera algo condenado a un “cul de sac”, y por ello el script se enzarza en crear y potenciar la divergencia primero, y el manifiesto enfrentamiento después entre Sutton y Kyle, sobre lo que cada uno piensa que debería ser el uso a darle al maldito armatoste; así como el desarrollo de la subtrama de los camellos, que ayuda a rellenar los tempos del montaje.
La cosa termina en el duelo de los que habían sido amigos del alma, que lucharán a muerte por la reina del baile, y por la dichosa caja de muertos; uno para destruirla, y el otro para conservarla como instrumento de su “mejorado” status: Sutton sólo ve que gracias a ello, puede volver a caminar y ser físicamente fuerte.
Un producto que navega entre el presupuesto terror, el romance, las aventuras, los gángsters… un pastiche de temáticas varias en el que no se acaban de ver claras las intenciones de sus productores, y mucho menos la del realizador, que acaba engarzando una historia en la que no es de extrañar que el fantasma del “burka” se vea a si mismo desorientado ante la presencia de otros tantos, incluída la señora de la casa que Kyle había ido a limpiar, que también resulta ser, como vemos al final, otra suerte de espectro.
Total, una fábrica de fantasmas que, a pesar de mostrar un sinfín de achaques y grietas, resulta eficaz, rindiendo algún homenaje al cine fantástico de finales de los 80 y principios de los 90, hasta si se quiere ver, con moraleja de propina.
El montaje de Charles Borstein i Daniel Capuzzi, dados los antecedentes filmográficos del primero en cine fantástico, avalarían esta transcripción desde el registro del mundo de las viñetas. En esta línea, la cámara de Eric Gustavo Petersen utiliza unos encuadres muy elementales para una asequible percepción visual. En los diferentes planos, apenas tenemos movimientos de cámara, de forma que el montaje de las escenas confiere un ritmo marcado y presuroso, que no ha lugar a la contemplación reflexiva sobre los acontecimientos, ni tampoco a las razones de la conducta de los personajes, quitando la posibilidad de justificar cualquiera de sus actos. Comunicándonos que dichos actos estan motivados simplemente por una pulsión emotiva encauzada a garantizar el bienestar, la solución a los problemas actuales y, en última instancia, en el último acto, la propia supervivencia.
La iluminación sume a casi todo el rodaje en un ambiente de penumbra, con luz lateral y semilateral, y utilizando casi siempre tonos fríos, predominando los matices verdosos del fondo, sobre los que destacan los grises, blancos y negros del vestuario de los personajes, y el azulado con el que se tinta el aura fantasmagórica cuando su alma se separa de su cuerpo y hace sus “viajes astrales”.
La partitura de José J. Herring, discreta, decente, funcional sin más, cuenta con la inestimable cooperación de Cristopher Young, que compuso el tema principal y el tema del ataúd, que sin duda quedará como el sello sonoro musical para recordar este metraje (si es que de él nos llega a quedar algo en la memoria, a parte del hermoso rostro Kyle).
La línea del guion tiene sus parches y deshilachados; de lo que parece que es el argumento o trama original, por el que el usar el ataúd creado por un diseñador de máquinas de tortura del s.XV, trae al mundo de los vivos a una suerte de fantasma o demonio (¿o la representación de la propia muerte?), que al final sólo hace unas apariciones puntuales en forma de fantoche hilarante, y a base de efectos especiales visuales, digitales sí, pero de baja calidad, y se queda en algo testimonial, y cada vez más diluido a medida que avanza la secuencia de actos, como si esta trama fuera algo condenado a un “cul de sac”, y por ello el script se enzarza en crear y potenciar la divergencia primero, y el manifiesto enfrentamiento después entre Sutton y Kyle, sobre lo que cada uno piensa que debería ser el uso a darle al maldito armatoste; así como el desarrollo de la subtrama de los camellos, que ayuda a rellenar los tempos del montaje.
La cosa termina en el duelo de los que habían sido amigos del alma, que lucharán a muerte por la reina del baile, y por la dichosa caja de muertos; uno para destruirla, y el otro para conservarla como instrumento de su “mejorado” status: Sutton sólo ve que gracias a ello, puede volver a caminar y ser físicamente fuerte.
Un producto que navega entre el presupuesto terror, el romance, las aventuras, los gángsters… un pastiche de temáticas varias en el que no se acaban de ver claras las intenciones de sus productores, y mucho menos la del realizador, que acaba engarzando una historia en la que no es de extrañar que el fantasma del “burka” se vea a si mismo desorientado ante la presencia de otros tantos, incluída la señora de la casa que Kyle había ido a limpiar, que también resulta ser, como vemos al final, otra suerte de espectro.
Total, una fábrica de fantasmas que, a pesar de mostrar un sinfín de achaques y grietas, resulta eficaz, rindiendo algún homenaje al cine fantástico de finales de los 80 y principios de los 90, hasta si se quiere ver, con moraleja de propina.