En medio de una vida entre humilde y miserable, madre e hijo resultan haciendo parte de una familia multimillonaria con un magnate tipo Gran Gatsby en el fondo. Los personajes quedan supeditados a lo que el joven Finn (Anton Yelchin) quiera hacer de ellos en sus comentarios, especie de diario de viaje antropológico a través de lo que advierte un joven con pretensiones de sociólogo. Con este comienzo el fin se hace interesante, pero sol ose queda allí. La historia pasa de lo que puede ser mucho más profundo a desarrollar una trama en la que cada pieza parece forzada a realizarse ad hoc. Las interpretaciones, entre buenas (Lane, Sutherland, Yelchin) y malas (Stewart, Perkins, Evans) van deteriorando un filme que seguramente pudo haber tenido mejor fortuna partiendo de una historia que en su concepción pintaba muy bien.