Un ejemplo de ésto lo tenemos en los matones que la despiadada agente utiliza para intentar capturar a la letal adolescente. Se trata de 2 cabezas rapadas y un tercero que parece ser un neonazi homosexual con un gusto para la ropa definitivamente hortera. Así mismo, la estética de los cabezas rapadas se encuentra estereotipada hasta el punto de que a su lado, Antonio Salas habría podido pasar desapercibido hasta en un local de la CNT aún durante su infiltración en los neonazis. Sin embargo, quién haya diseñado el vestuario definitivamente no ha leído su libro puesto que a uno de ellos, le coloca un parche en la cazadora con un símbolo mítico, un casco troyano utilizado por SHARP, una organización de cabezas rapadas contra el racismo (SkinHeads Against Racial Prejudices). Ésto, si lo que se pretende es identificar a los 3 como neonazis (lo que acostumbra a suceder siempre que se hace un guiño al movimiento skinhead en el cine comercial), ahí han cometido un craso error.

De todos modos, ésto no es una cuestión de política, sino de cine y la peli continúa su reparto de estereotipos con una familia que Hanna se encuentra en su viaje. La familia son la típica familia progre con una madre hippie y de mente abierta que tiene una hija que tal vez podríamos identificar como la personalidad radicalmente opuesta a la de Hanna que mientras que la protagonista muestra una actitud adulta, fría, reflexiva y madura, fruto del entrenamiento y la dura educación que recibió de su padre, la joven hija de esta familia hace gala de una actitud que llega a ser repugnante no por su egocentrismo, por su infantilidad o por su vocabulario de pija redomada sino porque está tan forzada que llega a ser patética.

En definitiva, una película que promete en un principio pero que no tarda en tambalearse y caer por su propio peso por culpa de las presuntuosas ideas del director y de la discutible credibilidad de gran parte de los elementos que componen la trama.

Un saludo.