Tiene que haber un elefante que me la tiene jurada. Hace un tiempo, cuando me dió por escribir, no me porté lo que se dice muy bien con él...


Mala conciencia.
No había estado bien, desde luego que no; pero... había sido tan fácil... demasiado; no podía haber pensado que alguien tan grande se dejara convencer tan pronto. Fue como darle papilla a un bebé con una cuchara; bastaba con acercársela para que abriera la boca.
Si un hilo tan fino aguantaba una araña tan gorda, ¿cómo no se iba a poder balancear un elefante en una telaraña completa?
Así que tejió aquella telaraña como nunca había tejido otra, dejó que el paquidermo se subiera y contempló el desenlace.
No había estado bien, no señor.