Una experiencia endemoniada que materializa la imagineria del heavy metal como si la invocase desde el mismísimo averno a través de un ritual de sangre y fuego. Un psicodélico descenso a los infiernos (de la carne, la mente y el alma) en clave de venganza divina que enfrenta el rol de motosierra y brujería con la mejor herencia del cine de serie B, ampliamente referenciado (esa lucha de sierras). Es imposible que este híbrido cutre-pop entre una portada de un álbum de metal y la literatura fantástica de baratillo pueda funcionar, pero lo hace.
Cosmatos divide su película como si se tratara de las dos caras de un vinilo, y retuerce el aparato formal hasta la más inconcebible -y pura- de las locuras. Si su primera mitad prioriza la atmósfera, la plasmación de los contrastes y el desarrollo del mecanismo premonitorio, su segunda mitad es la implosión (en más de un sentido). En ninguna de estas dos partes bien diferenciadas el cineasta traiciona su visión de esta tragedia, y Nicolas Cage conecta perfectamente con ella, ofreciendo una de las interpretaciones más salvajes e idóneas de su carrera; una de las mejores.
"Mandy" es pretenciosa, excesiva, agotadora, confusa y un poco cutre, algo así como si "Drive Angry" se cruzase con David Lynch bajo el filtro de Nicolas Winding Refn. Pero una vez que cruzas el umbral no hay marcha atrás, queda dejarse llevar por una de las propuestas más viscerales, atrevidas y fascinantes del 2018. Es seguro que Mandy será bastante odiada, pero de lo contrario no sería tan maravillosa.
Lo mejor: Volver a escuchar el trabajo de Jóhann Jóhannsson. Su primera mitad es impresionante.
Lo peor: Que los árboles impidan ver el bosque. La segunda mitad pega un bajón.