Si hay algo que he echado de menos al ver esta película, es la intensidad.

Un mundo apocalíptico con una fotografía y contrastes preciosos pero vacío de sensaciones. Ni los gritos, ni la sangre ni las vísceras han conseguido que sienta esa completa ausencia de miedo, terror, angustia, dolor, amargura, tensión; me ha faltado amor y odio por la propia vida. Me ha faltado todo salvo la visible esperanza que emana la película a pesar de su historia.

Un guión facilón y predecible, unos personajes bastante encasillados, con personaje niño absurdamente-bobo-bueno acompañado de padre-sobreprotector; dos horas que parecen tres, y por último un absurdo final al que sólo le falta el telón ondulante de barras y estrellas. Sin duda, lo peor de todo.