Entretenida y ocurrente, a pesar de su aparente complejidad, la serie se ve simplificada por el hecho de que Walter Bishop es el origen y la solución de todos los problemas (él inventó o ideó todo, cuestión que se aclara desde el principio). A diferencia de X-files, todo se explica a su debido tiempo (e incluso antes de tiempo).
Alguna tensión argumental surge al intentar relacionar los hechos extraordinarios (“¿Eso no es demasiado descabellado, incluso para Ud.?”) que se ven en cada episodio con la trama de fondo, que es lo más sabroso. Los capítulos 8, 9 y 10 de la primera temporada son los más emocionantes y los mejores, alcanzando gran ritmo.
Los Bishops con sus fricciones y su humor son el condimento más delicioso de este plato. Es de notar y extrañar la diferencia en el aplomo de la protagonista en la segunda temporada con respecto a la primera (no está claro si como resultado de sus vivencias en la historia o para darle más humanidad al personaje; tal vez por ambos motivos).
El mérito de cualquier serie es saber cuando la historia está agotada o se está agotando, sin prolongarla innecesariamente (tómese como ejemplo la sexta temporada de Lost, producto del lucro, antes que de las exigencias del guión). Fringe es honesta y consecuente en su primera y segunda temporada. Después… sólo para fanáticos.