Viniendo de Liv Ullmann actriz fetiche de Ingmar Bergman uno podía presumir una adaptación más metafísica, pero no.

Julia es una aristócrata que se aburre, una sádica manipuladora acostumbrada a abusar de gente por debajo de ella, a la que le encanta reírse y crear falsas expectativas en las personas que la rodean para luego defraudarlas, de gente "que la ama", y John es un criado educado desesperado por escalar socialmente y que se cree algo maquiavélico, que se cree que la está manipulando pero es una persona retorcida, inconsecuente, ilógica y con un toque masoquista. Así comienza este juego de ruleta sentimental extremadamente tóxico muy del teatro del siglo XIX sobre todo nórdico, aunque aquí la obra esté localizada en Irlanda, lo que me parece un error porque cuanto el clima sea más extremo y adverso parece que se adecúa mejor a la personalidad de estos dos personajes.

Parece que las obras del escritor esquizoide August Strindberg tenían mucho de autobiográficas de sus complicadas relaciones sentimentales, sin embargo las obras que más han quedado de él no han sido las más sinceras, reticentemente discretas y hondas, sino la más volcánica donde salen todo tipo de complejos, de una relación tóxica sadomasoquista de dos personas que ni se soportan a si mismas, pero que disfrutan destrozándose, victimizándose y perdonando al otro como quien da una limosna que le cuesta soltar.

Las interpretaciones son buenas, pero no te transmiten esa sensación de perturbación mental grave, y a mí como los personajes no están muy explicados de por qué son como son, aunque uno se lo supone, no me crearon mucha empatía.