Y por fin se nos llegó la tercera cinta de la homónima obra de Lewis. Una cinta muy diferente a las dos anteriores, pero que sigue conservando su espíritu, el cual se vuelve aún más aventurero que nunca a bordo de ese navío fantástico: El Viajero del Alba. Una travesía que representa el recorrido de la vida hacia ese ser divino del que provenimos, y tal como se ve, el hilo conductor de la historia que nos compete continúa como en las anteriores obras de la saga en clara alegoría del cristianismo. Edmund y Lucy, los hermanos menores, quienes se consideran ellos mismos como los menos importantes, los eclipsados por las aparentemente mejores virtudes de sus hermanos mayores: Edmund por la fuerza y liderazgo de Peter, y Lucy por la belleza e inteligencia de Susan. Y con ellos entrará su detestable primo Eustace quien como alguna vez Edmund, aprenderá del modo difícil destinado a aquellos a quienes les cuesta trabajo entender. Esta vez la misión más importante está dentro de ellos mismos, y es la de vencer a sus propios demonios.

La película, esta vez de la mano de otro director y otra productora no resiente en lo más mínimo ese halo fantástico que rodea a la saga. Apted hace un estupendo trabajo en la dirección y los eventos son narrados de una manera que no dan lugar al aburrimiento. Las actuaciones muy en la línea, con unos personajes más adultos y definidos. Una magnífica escenografía dominada obviamente por grandiosos paisajes marinos. Menos criaturas fantásticas pero efectos especiales excelentes (yo ni siquiera noté la reducción del presupuesto). Banda sonora esta vez a cargo de David Arnold, colaborador habitual del director quien continúa el excelente trabajo de Gregson-Williams y le otorga un toque menos épico pero más intimista y lírico que se evidencia sobre todo en la exquisita escena final. El viaje a lo desconocido, la aventura, la perseverancia y la superación personal son los ingredientes de esta gran película destinada para el deleite del chiquillo que llevamos dentro.