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España España · Oviedo
Voto de Gould:
7
Drama Cansado de vagar, Hal Carter (William Holden) llega como polizonte de tren a un pequeño pueblo, donde pronto hace amigos y encuentra a su viejo compañero de escuela Adam Benson (Cliff Robertson) quien ahora es un próspero empleado en la trilladora de su padre y además pretende a la chica más linda del pueblo, Maggie Owens (Kim Novak). En un picnic, muchas emociones encontradas van a salir a flote. (FILMAFFINITY)
26 de enero de 2016
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Considerada en su estreno como una película escandalosa, por el osado tratamiento que daba a algunos de sus temas -hoy todas esas discusiones son vanas- aparece ahora ante nuestros descreídos ojos más bien como un melodrama un poco epidérmico –basado en la obra teatral de William Inge por la que obtuvo el premio Pulitzer-, que comparte muchos de los temas y obsesiones del teatro de Tennessee Williams. Romántica historia de encendida y desesperada pasión pero también retrato de la callada pero vociferante agonía de las vidas y deseos insatisfechos, amargo análisis de un mundo femenino de frustraciones, planes de futuro pospuestos y abrumador terror a la soledad.
Entre las mayores cualidades del film destacaría la historia de los dos desgraciados personajes protagonistas, con su canto a la fugacidad y a la fragilidad de la belleza -“…y de qué sirve ser sólo bonita”-, el gran uso que Logan hace del formato panorámico, con una esplendorosa fotografía de James Wong Howe, el indudable atractivo varonil de William Holden, con su impresionante torso desnudo, el enorme trabajo de los secundarios –Arthur O’Connell y la veterana Rosalind Russell- y en especial la sensible interpretación de esa fenomenal actriz que fue Susan Strasberg en el papel de Millie Owens.
Hay también, sin embargo, unos cuantos elementos nada fútiles para la decepción y la crítica, que contribuyen a dejarnos ese regusto agridulce de las obras imperfectas: un William Holden demasiado mayor para un papel tan juvenil como el que representa lo que suple dando unos cuantos saltos o piruetas y sobreactuando un poco, la hierática y bóvina inexpresividad de Kim Novak que resta fuerza a su personaje –vamos, los dos protagonistas- y, sobre todo, la escasa química que desprenden ambos actores en la pantalla. Merece, a pesar de todo y con todas estas salvedades, un vistazo para que la indulgencia de un público seguramente más comprensivo le otorgue un mayor valor que algunos no sabemos ver.
Gould
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