Vergüenza al ver las caras de gente que sufrió lo inimaginable y en las que todavía aparece una sonrisa. Caras sucias, llenas de mugre de las que destacan unos ojos grandes y brillantes, con una mirada clara y una leve sonrisa. No tienen nada, han perdido hasta lo más básico, la comida, el techo, el calor, la higiene y siguen adelante. Es la misma cara que se ve muchas veces en soldados de la segunda guerra mundial, sucios, cansados y sin muchas posibilidades de llegar vivos a mañana. Pero incluso así, se ven los mismos ojos que en estos chicos: Ojos brillantes que resaltan de la suciedad y expresión de esperanza.

Por ese motivo me avergüenzo.

Me avergüenzo de quejarme, de maldecir por tonterías a veces, de dar importancia a minucias, a lo que piensa la gente, de enfadarme por estupideces, cuando tengo una de las vidas más privilegiadas que ha podido tener un ser humano en cualquier momento de la historia de la humanidad. Nunca en los miles de años que nuestra especie lleva en este agujero ha tenido nadie una vida tan cómoda y privilegiada como la que tenemos ahora. Tomemos nota pues y empecemos a entender de qué va todo esto, qué importa y qué no.


Y tomen nota esas personas que a día de hoy alzan quejas absurdas usando enormes altavoces mediáticos. Ya saben a quien me refiero.