Colombo es la serie de mi infancia y una de las series de mi vida. Pillar un capítulo empezado por la tele y quedar enganchado hasta el final fue bastante habitual en una época. Ahora que tanto se habla de la edad de oro de la televisión conviene recordar series milagrosas como ésta, una producción increíblemente longeva que supo mantenerse siempre fiel a su identidad.

Colombo tomaba elementos del género policíaco -el crimen entendido como juego intelectual que se desarrolla en ambientes privilegiados, la ausencia casi absoluta de violencia y sangre, la presencia de un investigador algo excéntrico que termina por resolver brillantemente el enigma-, mientras hacía suya esa máxima de Hitchcock según la cual el espectador debía saber más que los personajes. Todos los episodios contaban con una misma estructura: una primera parte en que se presentaba la planificación y ejecución de un asesinato, y una segunda dedicada a la investigación del mismo, a cargo del teniente Colombo.

Lo que más destacaba era ese protagonista, ese perspicaz policía de aspecto descuidado, del que invariablemente todos se burlaban y al que tomaban por estúpido. El gran Peter Falk supo crear uno de los personajes más reconocibles y queridos que ha dado la televisión, un ser entrañable, sencillo y despierto. Un detective cuyo sentido del humor e inteligencia sabía conectar con el público. De algún modo, cuando todos aquellos ricos con aires de grandeza caían humillados por el peculiar teniente, los espectadores nos sentíamos un poco vengados de las miserias cotidianas. No era el tipo más elegante del mundo, que digamos, pero tenía mucha clase.