Jugar con trampas no es jugar, es ganar. Pero bueno, si el juego no tiene ganadores ni perdedores, las trampas parece que pierden su sentido.

La sustancia de The game es precisamente que el juego tenga trampas. O parezca que las tenga. O que parezca que no las tenga. No importa. Lo importante es que juegues con el señor Douglas, y te sientas como el en el momento que el se sienta de alguna manera.

Es un delirio sumido en la oscuridad. Siempre estás un paso por detrás, y siempre tienes ansia por saber que carajo está pasando. Ver lo que pasa lo ves. Tienes ojos. Pero no entiendes porqué. El desasosiego se apodera de ti y te sientes mal en medio de la negrura del ambiente. Siempre muy opresiva.

Desde luego que es una maravilla del entretenimiento. No estás un momento tranquilo y tampoco lo quieres, porque lo que realmente quieres es salir del embolado y comprender todo. O quedarte a medias, pero con algún giro espectacular. Que los hay. Giros, vueltas y por sorpresa el desconcierto te hace tener más interés.

Fincher sabe como hacer este tipo de cosas. Es un monstruo de esto y por eso tiende a deslumbrar.