No encuentro otro término más acertado para describir esta obra de Woody Allen. Aquel que haya visitado París y haya disfrutado de esta magnífica ciudad, comprenderá lo que le quiero transmitir. París es la ciudad de la luz, la ciudad del amor, y para mí: la ciudad mágica. Una ciudad cuyas calles emanan cultura y una atmósfera fantástica absorbe al soñador. Midnight in Paris ha sido capaz de transportarme a la grandiosa capital gala y de hacerme sucumbir de nuevo a sus encantos, a su sabrosa ternura. Allen penetra profundamente en el corazón de la magia de París, con un impulso a la cultura y al amor a al arte.
En cuanto a cuestiones técnicas, me parece que nadie lo podría haber hecho mejor. Cada plano es una fotografía, perfecta en iluminación, en tamaño y en tiempo y la tonalidad dorada remata la perfección pues si hay un color que describe París, es este. El casting es adecuado y, aunque la aparición de Carla Bruni se pueda relacionar con un marketing publicitario, la actriz encaja en su papel, más allá de cuestiones comerciales. Se podría criticar lo que a algunos les parece un inadecuado vestuario, sin embargo, a mí me parece una perfecta ruptura con el tópico del escritor bohemio. La música escogida describe París en cada etapa de su vida. La nostalgia como motor de un inexplicable viaje al pasado, deja a un lado el género ciencia y ficción, que le habría hecho perder todo el encanto de la película. Lo dicho, mágica.