Una rica mujer venida de una gran urbe llega a un pueblo para llevarse a la hija que tuvo que abandonar hace 18 años, para consternación de la humilde profesora de piano que la ha criado.
Cuesta reconocer a Bergman en esta primera película salvo en una escena onírica: la explosión de angustia existencial que sufre la madre adoptiva a bordo de un tren (escenario típicamente bergmaniano para representar toda suerte de "crisis" y desequilibrios). Este personaje es el más interesante y el que más recovecos presenta: su aflicción se debe no sólo a la pérdida de esa joven que ha criado, sino a la preocupación de que pueda caer en la mala vida al marcharse a la ciudad (dicotomía "campo como remanso de paz/ciudad como nido de víboras"). Pero también experimenta una cierta envidia hacia la verdadera madre por ser más joven que ella. Para más INRI, le diagnostican una grave enfermedad que seguramente acabará pronto con su vida. En esa tesitura, la chica debe quedarse a su lado o no podrá soportarlo. ¿Hasta dónde hay amor, y dónde empieza el egoísmo?
La verdadera madre, aunque todavía joven, empieza a sentirse vieja y es entonces cuando decide recuperar a su hija (alegando que es lo mejor para la chica), y hacerse con un amante más joven (alegando que es un pobre desgraciado que la necesita). ¿Amor hacia los demás o amor propio? El dibujo del personaje no está tan conseguido como el anterior y no resulta tan sugerente en su ambigüedad.
En definitiva, Bergman trenza un relato sobre LA TURBIEDAD DE LAS VERDADERAS MOTIVACIONES cuando el tiempo inclemente empieza a hacer mella en nosotros. Pero tampoco los jóvenes se libran de actuar conforme a causas discutibles: la jovencita decide marcharse con su madre biológica sólo para rehuir al hombre que la pretende, formal pero bastante mayor que ella (una vez más encontramos la antítesis de la edad).
Y moverse por las razones equivocadas termina pasando factura.

Magnífica partitura de Erland Von Koch (de hecho es la música escogida para el anuncio de la colección de Bergman).