Asistimos a una impactante doble realidad. El guion es capaz de lograr mantener el ritmo y la tensión narrativa a pesar de que el montaje enseña sus cartas desde el comienzo. Es un logro colosal generado por la elegante elección de las secuencias. Cuando se mezcla el hilo argumentativo de la serie con el crecimiento evolutivo de los personajes todo confluye en un producto intenso, vehemente y sin cortapisas. No solo es capaz de esgrimir todas as realidades imperantes en la miseria humana, si no que añade gran carga de severidad recalcando e incidiendo en los vicios de las estructuras sociales, señalando directamente los fallos esgrimiendo justificaciones que se mantienen hoy en día. Somos capaces de visualizar y comparar, con el tiempo de por medio, las dos realidades, viendo sin lugar a dudas, lo que se mantiene para bien o para mal.
Las impetuosas interpretaciones de sus protagonistas rebosan calidad y genialidad. La aceptación del yo interior de Sam Worthington logra convivir con la resignación a medida de Paul Bettany teniendo en cuenta que la trama nos lleva a un punto sin retorno de capacitación de sus personajes para lograr ver que no se soluciona cada miseria de cada uno de ellos. Es la mayor losa de cada interpretación: ver acercarse sin remedio lo que se teme.