13 de noviembre de 2017
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esteticista en grado sumo, Philippe Garrel juega con los claroscuros, con las sombras que ennegrecen y clarifican, las luces que idealizan y queman lo expuesto. Cada juego de espejos recrea la necesidad y la paradoja de sus sentimientos. Hacer, decir y responder no se reflejan en lo anhelado por cada uno de sus protagonistas. Una oda al amor y al desamor, a las necesidades de madurez, tanto sentimental como de cada carácter. Juego de sensualidades y sexualidades que vienen a reflejar la libertad del encarcelado, de ese sentimiento cerrado. La utilización de un demiurgo narrador, objetivo, conocedor de los sentimientos, aséptico en su dicción, convence a un espectador, como recurso, que necesita guía para obedecer a la necesidad de un punto de fuga temático. El guion conciso y directo expuesto con un alarde del plano fijo y cercano, que los intérpretes aguantan y dignifican, dándole amor a cada mirada, sentido a cada gesto, viviendo cada palabra correlativamente a cada secuencia. Un juego de unión que vivifica la cinta, que le da alma.
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