Hay dos formas de hacer una película sobre el proceso de Juana de Arco. La primera, visceral y desbordante, la materializó Carl Theodor Dreyer en 'La pasión de Juana de Arco' (el mismo título marca el fuerte paralelismo con la pasión de Jesucristo). La segunda forma, cerebral y contenida, la siguió Robert Bresson con 'El proceso de Juana de Arco' (la principal figura del drama es aquí el proceso, lleno de preguntas capciosas y trampas retóricas). No es su mejor película, pero sí es una buena película. En otros directores, la escasa acción dramática (gran parte de la película se ocupa del interrogatorio a Juana de Arco) se podría considerar una carencia. No obstante, esta es una de las marcas de Bresson, que más allá de la apariencia confiere a su cine una densidad dramática más sutil, más escondida, pero más potente a largo plazo.