Se de sobra que “Sombras y niebla” no es una de las mejores obras de Allen (debido, en cierta medida, a que el listón se encuentra terriblemente alto), pero para mí, resulta una de sus obras más reconfortantes.
El guión, una rara mezcla de géneros y situaciones, desde el suspense más tétrico a la comedia, es uno de los más sensuales de Allen. Digo sensual y digo sonoro, atractivo, envolvente. Su ritmo es calmado, resulta rotundamente teatral, y por ello doblemente estimulante.
El salto entre el romance, la comedia y la intriga resulta original. Allen sabe jugar con todos los registros, captar la atención a su antojo, desviarla según sus intenciones.
Los personajes resultan tan reales como irreales. Al igual que toda la película, son producto de la deformación que produce la noche y la niebla. (Ver Spoiler).
Allen, más como guionista que como actor, dispara sus críticas contra los policías vagos e ineficaces, los sacerdotes avaros, la justicia arbitraria, que utiliza al desafortunado como chivo expiatorio de sus sospechas, el pueblo ávido de buscar un culpable al que castigar rápidamente… Y todo esto bajo un acabado artístico impoluto, lleno de misterio y atmósfera.
La fotografía, como es de esperar (y desear) en una obra en blanco y negro, es sorpréndete, especialmente en los momentos en los que las figuras se pierden en la oscuridad y el espectador cree formar parte de la misma negrura.
“Sombras y niebla” es una sociedad caprichosa, una ciudad, un vagabundear por la oscuridad y las dudas propias del carácter existencialista de Allen. Una crítica mordaz, una obra teatral y un mundo en el que tanto los protagonistas como el espectador se ven atrapados.