Oculus cuenta la historia de un valioso espejo antiguo y feo que te jode la vida si lo pones en tu casa. No sólo porque tienes que verlo cada vez que pases por delante, que ya es bastante, sino porque, además, desata a las fuerzas del mal, que son muy capullas y muy capaces de generar todo tipo de conflictos domésticos en cuanto te descuides. En consecuencia, resulta que el matrimonio se lleva fatal, los hijos no hablan al padre, el padre se echa un ligue, la madre trata mal a los hijos… en fin, un desastre. La familia, ya se sabe, puede dar mucho juego argumental en el cine de terror.

Ya había pelis de espejos cabroncetes. “Reflejos” de Alexandre Aja, por ejemplo. O sea, que la cosa ni siquiera es original, salvo en un aspecto.

Esta peli podría haber sido perfectamente un bodrio bobo al uso si Flanagan la hubiese montado en plan lineal, normal. Pero lo que hace este tío es un inteligente y ágil puzle, mezclando secuencias del presente y el pasado, lo que otorga a la peli un ritmo excelente y ciertos toques de suspense muy conseguido, todo rematado con un final inmejorable.

Siempre he oído decir a los cineastas que las pelis, en realidad, se hacen en la sala de montaje; qué gran verdad. Oculus es un magnífico ejemplo de que con un material regulero se puede conseguir una peli muy apañadita.