Poder acomodarse en una butaca para apreciar una obra de Béla Tarr es un lujo, un bocadillo delicioso que se saborea poco a poco, hay que apreciar a directores como éste porque no abundan (v. g. ya no tenemos a Andrei). No entiendo a los que dicen que ésto no es cine, el poder de las imágenes de éste film es impresionante y obliga a pensar al espectador... y no todos lo pensamos igual, eh ahí la gran riqueza de la obra, que explota al momento de cambiar impresiones sobre ella. Simbólicamente es inconmensurable y visualmente es un constante goce.
Ojalá no sea la última como dicen.
spoiler:
Juro que la escena de comer "una papa" me empujó a hervir una papa las dos veces que vi el film y nunca una papa fue tan sabrosa como ese día.